FELICIDAD:
PPREVIOS:
Cada quien se empeña más en aquellas cosas que en su momento, le parecen más interesantes; pero no siempre, las cosas que parecen más interesantes son más importantes.
Cómo me hubiera gustado que mi padre hubiera dejado escrito algunas o muchas de sus ideas, personales ya sean éstas, fundamentadas o sin fundamento; para leerlas y releerlas como un buen entretenimiento para "transportarme" imaginariamente al sentir de él en esos momentos; es por eso que hago lo presente, para que los que vengan después que yo, si es que en su momento tienen la misma inquietud, se entretengan leyendo lo que desde mi concepción y en mi momento, considero propio escribir, ya sea con o sin fundamento. Con lo anterior quiero dar a entender que los ensayos presentes se los dedico principalmente a mis hijos: Pedro, Tomás, Juan Manuel, Ernestina e Isabel; en segundo término a mis demás familiares y en general a toda persona que en su momento, se tome la molestia de aguantar leerlos ya sea en parte o en todo...
Hay temas, los cuales en la actualidad, a los jóvenes y aún a los no muy jóvenes, les es aburrido tratar o tomar algún "espacio" para poner su empeño y reflexionar, dichos temas son fundamentalmente filosóficos y científicos sobre la mística de la vida y de la existencia del todo que llamamos universo; lo cual se debe en gran parte a que sus tendencias habituales han sido "conducidas" por no decir: "empujadas" por el "arroyo" de la actualidad tendenciosa es decir: por la multitud de influencias que hacen tender las voluntades, a temas con propósitos de intereses comerciales muy particulartes y muy bien conocidos a nivel mundial (deportes de alto $$$rendimiento$$$, espectáculos con figuras artísticas "$$infladas$$" por los medios de publicidad, líderes absolutos de modas y de marcas, todo ello exponenciado ahora con el uso de la Internet con la cual se genera otra especie de adicción; y tantas otras distracciones controladas e inducidas por la actualidad comercial publicitaria); como digo, todos esos intereses comerciales, hacen que la humanidad en general desatienda temas de mayor importancia pero que por no aportar pingües beneficios económicos a la tendencia comercial actual que hace esos manejos, no se les da la publicidad debida.
El criterio colectivo se maneja y modula de tal manera que hacen parecer más importante, el resultado de tal o cual evento deportivo; que la pobreza extrema que se padece.
El criterio colectivo se maneja y modula de tal manera que hacen parecer más importante. el fallecimiento de tal o cual $celebridad$ $artística$ que los efectos debastadores del clima.
El criterio colectivo se maneja y modula de tal manera que hacen parecer más importante, el proceso electoral de otras naciones que el de la nación propia.
El criterio colectivo se maneja y modula de tal manera que hacen parecer más importante, el hecho de que, no se sabe bien cómo una tortuga se metió todo un popote por uno de sus orificios nasales (léanlo bien, todo el popote); que la generación de empleos de una industria ya establecida. Por que ahora ya están promoviendo una ley para que ya no se fabriquen popotes.
El criterio colectivo se maneja y modula de tal manera que hacen parecer más importante, el hecho de que un asesinato múltiple sea más imputable (dicho delito) a la autoridad que con fundamento en el decir de los testigos dictamina una manera como se pudo haber llevado el proceso del crimen por el calificativo erróneo de "verdad histórica" en lugar de, "verdad jurídica"; que a los mismos criminales que los cometieron los cuales ya han sido capturados y procesados por aquella autoridad. Nada más faltaría que ahora se manifieste esa colectividad para que esos criminales sean puestos en libertad.
El criterio colectivo se maneja y modula de tal manera que hacen parecer más importante, el que los jóvenes en sus instituciones educativas, reciban instrucciónes para activar manifestaciones secuestrando vehículos y en su caso quemándolos algunos, agrediendo a intereses de empresas legalmente establecidas, obstruyendo vialidades y muchos etcéteras; en lugar de aprender a educar a la niñez.
Pero, llega un momento en el lapso de la vida (casi siempre al final) en el que por alguna razón ya nos tienen hastiados todos esos atractivos y nos vemos impulsados a "desintoxicarnos"; es entonces cuando nos da por ver fotos de otros tiempos para recordar momentos que estuvimos con la familia, con los hermanos, con los hijos, con los nietos o con los padres; nos acordamos de anécdotas o de referencias remarcables de acontecimientos especiales y etc, etc.
Por ahora, parecen ser más importantes las actualidades de los resultados en temas de deportes profesionales ($$$) o de figuras artísticas como dije: "$$infladas$$" y en general; del deporte y arte comercializados ($$$); que el tema sólo de nuestra propia naturaleza o el tema sólo de la naturaleza ambiental o temas de ciencia como física, química, matemáticas, etc. Todo lo anterior, sin considerar que eso mismo es el simple resultado de lo fundamentalmente importante, lo cual sí es manipulado por quienes sí saben del tema y lo ejercen para su provecho ($$$). Es tan íntegra esa manipulación, que hasta el tema de obtención de recursos se ve forzado en gran parte para la satisfacción de lo que previamente se ha hecho "indispensable". La persona ya no tiene tiempo más que para adquirir los medios para satisfacer y substanciar los "hábitos" en los que ha quedado inmerso; y si se llega a excedencias en los recursos, de manera inmediata se influye para la inversión de los excedentes en lo que se le ha habituado o se le “empuja” para la adquisición de un nuevo hábito que rinda pingües frutos a los promotores. Todo tiende a comercializarse de manera centralizada en beneficio de unos pocos.
Que quede claro, con lo anterior no estoy haciendo mofa del deporte ni del arte ni de los procesos jurídicos como tales; simplemente me estoy refiriendo a la manipulación que se hace del deporte y del arte y de todo lo que represente un interés para los "promotores" para insuflar nuestros criterios y hacerlos proclives a la tendencia de desembolsar nuestros recursos para satisfacer nuestros criterios ya insuflados de hábitos. No cambia en nada nuestras facultades o recursos personales si se da un resultado deportivo como si se diera el resultado contrario a no ser que apostemos, lo cual ya nos hace adictos a otro género de vicio; pero en veces mostramos un "gozo" al saber que nuestro "equipo favorito" gano, lo cual no nos lleva ni abrigo, ni comida ni nada por el estilo, solamente "agitamos" de manera aparente "positiva" aquello de lo cual fuimos previmente insuflados y de alguna manera, si no fuimos al estadio a pagar por ver el partido, al estarlo viendo en la televisión estamos siendo objeto de la propaganda de infinidad de artículos. Se lee en un mensaje televisivo: "La televisión es maravillosa: no sólo nos produce dolor de cabeza, sino que además en su publicidad encontramos las pastillas que no aliviarán" Bette Davis. La telvisión es una "fábrica de deseos" y un medio para vender los satisfactores; es una fábrica de problemas y un medio para vender las soluciones
Existe una tendencia hacia un "Orden Mundial" es decir: hacia una especie de "Gobierno" que rija en todos los aspectos, tanto económicos como políticos y sociales de una manera mundialmente centralizada, pero con propósitos de "dominio" en un sistema en el cual, la mayor parte de la población vendrá a ser si no, la escoria, sí la servidumbre; que para todo hay gente y si no, se hace esa gente por medio de una "educación" previamente diseñada, a la cual se le habrá de llamar: "Educación Mundial Pública" que habrá de ser obligatoria y supuestamente gratuita. Esta tendencia ya tiene grandes avances en casi todos los países; en unos más y en otros menos, y posiblemente no estemos lejos en el tiempo, de que se den serios desenlaces al respecto.
Algunos de los recursos que se utilizan como "catalizadores" para sus propósitos son: el manejo de la información, el control de las economías y el control de la educación todos los cuales, entretejidos de manera astuta para conseguir esos propósitos de manera predeterminada.
Los precursores de ese "Orden Mundial" no exhiben de manera explícita sus verdaderos propósitos sino que por medio de argucias parecen pretender el favorecimiento de la población a la cual en realidad, tienden a "subyugar" (para su beneficio) de una manera aparentemente conciliadora con el bienestar colectivo.
Los avances científicos sólo son calificados de verdaderos, buenos, aceptables o efectivos, en el consenso de la "Comunidad Científica" <í> cuando son congruentes con las tendencias que ellos (los miembros de esa comunidad) pregonan para sus propósitos, o cuando no interfieren con las falacias con las que ellos confunden a la humanidad. Yo llamo "Ciencia Normal" al conjunto de conocimientos aceptados por los precursores de ese "Orden Mundial" los cuales (dichos conocimientos) se mantienen firmes aún contra las leyes naturales y contra hipótesis más congruentes o menos discordantes con dichas leyes. Nadie de la gente común pasa a creer en la posibilidad de que mil millones de toneladas de plomo se puedan comprimir en un volumen de una micra cúbica, pero a estos señores de la "Ciencia Normal" no se les hace difícil expresar que toda la materia de todo el Universo estuvo concentrada en un volumen infinitesimalmente pequeño es decir: en un volumen cero y que en ese momento no existía ni el espacio ni el tiempo. No, como lo he de seguir diciendo; no es una vacilada mía, es la Teoría del Big Bang sostenida por esos señores que se dicen científicos (y algunos lo son) de la "Ciencia Normal". Pongo la liga siguiente para sostener lo que acabo de decir.
http://www.readwriteweb.es/consiste-la-teoria-del-big-bang/
Y como este sitio existen muchos en la Internet....
Pues bien, vaya este conjunto de ensayos como una forma de "herencia" no sólo para mis hijos (que es a quienes pretendo principalmente), sino para toda persona que se tome la atención o la gran molestia de leerlos.
FELICIDAD:
"No siempre lo que más nos gusta es lo que más bien nos hace" la mayoría de las veces sucede al contrario".
"El camino hacia el bien es difícil" pero al final está la gran recompensa".
"Muchos caminos fáciles nos llevan a un final fatal".
"Si no consigues tener un poco más de lo que pueda consolarte; consigue consolarte con un poco menos de lo que puedas tener":
Tomás Güitrón B.
Tomás Güitrón V.
120906
FELICIDAD:
Como siempre, comenzaré por tomar en cuenta lo que, en nuestro idioma avalado por la Real Academia Española, se quiere dar a entender con el término:
felicidad:
(Del lat. felicitas, -atis).
1. f. Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien.
2. f. Satisfacción, gusto, contento. Las felicidades del mundo.
3. f. Suerte feliz. Viajar con felicidad.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
Yo no voy a tratar de cambiar ese sentido pero sí extenderlo hasta donde se pueda hacer más accesible para el entendimiento humano por ejemplo: damos por hecho que, la felicidad es un estado de ánimo pero, cuando nos limitamos a decir: que es ese estado de ánimo que se complace en la posesion de un bien, damos entrada al hecho de que, puede haber muchos otros que no nos han complacido y estaríamos hablando algo así como de "felicidades locales" o "felicidades particulares" pero queremos hablar de lo que es la felicidad en la manera más generalizada que se pueda entender, entonces, tendríamos que corregir y decir que, la felicidad es el estado de ánimo manifestado ante la complacencia de los bienes que se desean; una persona feliz sería entonces aquella que encuentra complacencia ante las cosas que desee. Ahora bien, para tener complacencia de cada una de las cosas que se desean, la mayoría de las veces se requiere de una actividad respecto a la cual se implica el ejercicio de actividades o trabajos en ocasiones un tanto molestos y que requieren además de tiempo, lo cual quiere decir que: "La Felicidad, cuesta" y en tanto que, cueste, ese costo se deduce o se debe deducir de las complacencias recibidas, por tanto, ya no se puede hablar de una Felicidad total y aquí empezamos a entender, que cada quien debe entender su propia felicidad en la medida que, la sumatoria de todos los factores que intervienen, aporten un resultado positivo al respecto es decir: que los bienes considerados representen más satisfacciones que molestias.
Muy frecuentemente escuchamos o leemos acerca de la felicidad; conceptos que implican el hecho de que la felicidad está en el interior nuestro y que por lo mismo no debemos buscarla en el exterior y yo digo a ese respecto que si bien, la felicidad es esencialmente un estado de ánimo y por lo mismo ese estado de ánimo sí está dentro de nuestro ser, allí "radica", allí se "siente"; pero de alguna parte proviene su génesis y así como cuando estamos satisfechos de haber comido porque sentimos esa satisfacción que está dentro de nuestro ser, es obvio que, para llegar a ese estado de ánimo fue necesario ingerir comida del exterior; y por lo mismo, para llegar a ese estado de ánimo que le da carácter a la felicidad, la mayoría de las veces, es necesario la concurrencia de agentes externos que son los que por definición constituyen esas posesiones referidas de manera semántica; y aquí viene algo de lo que muchos filósofos (entre ellos Buda), consideraban, estableciendo una relación entre: deseo y satisfacción del deseo es decir que: en tanto que el deseo sea satisfecho, el estado de ánimo correspondiente tiende más a la felicidad y por el contrario, en la medida en que el deseo sea insatisfecho, el estado de ánimo correspondiente tiende más hacia la infelicidad. vemos una comparación mesurada entre; "deseo" y "satisfacción del deseo", si la diferencia favorece a la "satisfacción del deseo", hay felicidad en la medida de ese valor de la diferencia; en cambio, si la diferencia favorece al deseo, falta felicidad en la medida de esa diferencia.
Una vez configurado el esquema de los elementos que pudiéramos considerar como los factores del proceso de la felicidad, a saber: felicidad, bien, deseo, complacencia, trabajo, etc. ensayemos el proceso.
Para llegar al estado de ánimo que llamamos felicidad, es menester realizar las actividades necesarias para obtener la poseción de algo que se desea apegado de manera estricta a la forma del deseo.
Vemos que, en ese proceso es parte fundamental el deseo, lo cual nos hace detenernos para meditar sobre lo que es eso que llamamos deseo, de dónde nace o ¿porqué anida en nuestra mente, espíritu o alma (como se le quiera llamar)?. Las explicaciones se hacen siempre más llanas con ejemplos, digamos que una persona desea comer, luego, cuando consigue comida y come, queda satisfecho ese deseo por lo que con respecto a tal, podemos decir que es feliz o sea que está en un estado de ánimo de complacencia al respecto del deseo de comer. Pero el deseo de comer surgió de un proceso natural que de manera obligatoria surge en los organismos para subsistir, y como tales, podemos hablar de: el beber agua para calmar la sed y el respirar para evitar la asfixia de modo que, esos deseos son inevitables e ineludibles y de rigor complacibles es decir: tenemos que complacer a iniciativa propia esos deseos. A tales deseos yo los llamo: "Naturales forzosos" porque surgen de nuestra propia naturaleza y son indispensables para el proceso de subsistencia ya que si no existiera el deseo de comer, no comeríamos y por lo tanto nuestro organismo no subsistiría, lo mismo que si no bebemos agua o respiramos y aquí añado yo los deseos derivados del sexo (amor con respecto al género (genérico), y el apetito sexual) y en general, los que son consecuencia de reacciones hormonales como generadores de reacciones de protección y supervivencia individual y colectiva.
A los demás animales también los dotó la naturaleza de este tipo de mecanismos biológicos para su subsistencia como especie, al mismo tiempo que, otro mecanismo biológico de autocontrol (una especie de "templanza" programada) que los limita de manera diríamos perfecta para no desvocarse en lo excesivo.
Al ser humano en lugar de ese autocontrol, se nos dotó de lo que se llama: inteligencia o conciencia intelectual o criterio intelctual; para ejercer el "libre albedrío", que nos faculta para elegir a voluntad lo que queramos, de acuerdo a la voluntad actual del momento; y es aquí que la mayoría de las veces, ejercemos ese libre albedrío sin darnos cuenta; de una manera un tanto descontrolada, en perjuicio de nosotros mismos y llegamos a lo que llamamos: vicio, que no es otra cosa que, el exceso en la satisfacción del deseo, lo que ocasiona una insaciabilidad acumulable y por lo mismo creciente es decir: que, cuando creemos haber saciado de manera actual un determinado deseo, sin darnos cuenta, nuestro inconsciente establece una especie de programa por medio del cual, hay un aumento en la generación de hormonas para que en la próxima ocasión, el deseo sea saciable sólo con más de aquello que se desea; y el deseo hace que se requiera el objeto y el objeto incrementa esa actividad hormonal que hace que se genere el deseo igualmente aumentado, para la próxima vez y al requerir más objeto habrá más incremento del deseo y se estaría en una configuración de lo que se llama vicio, si no añadimos también de manera consciente de manera inteligente, aquello que es llamado templanza, la cual nos hace limitar la satisfacción del deseo sin llegar al hartazgo.
Luego, si la felicidad consiste en vivir en el proceso de satisfacción de los deseos; en el control de los deseos, debe radicar una forma de conseguirla; analicemos: demos por hecho que hay deseos naturales innatos, naturales natos, y artificiales.
Antes de seguir, debo aclarar una duda que yo tuve durante mucho tiempo sobre los términos: "innato" y "nato"; innato es aquello que nace a la vez que nosotros, no quiere decir que no nació sino que el prefijo "in" no tiene la connotación de negatividad sino la de interioridad es decir: dentro del mismo nacimiento o sea que algo innato es aquello que va con el nacimiento del individuo como: los órganos, las necesidades biológicas etc.; y el término nato ha de aplicarse a todo aquello que surge en el organismo ya formado (o que "nacen" en nosotros) después de nuestro nacimiento como el deseo de ser ingeniero o médico o el deseo de viajar etc. vaya usted a saber si estos deseos o necesidades, de alguna manera ya estaban en nuestra programación genética pero en todo caso eso se los dejamos a los genetistas.
Son deseos naturales innatos como el de saciar la sed, el hambre el respirar, el deseo de defecar, de orinar, de la protección contra el frío, contra el calor, que por lo mismo, a la vez que son deseos son realmente la manifestación hormonal de nuestro organismo para cumplimentar las necesidades ineludibles, ya que, como dije antes, si no se nos manifestara esa clase de deseos llegaríamos a otra clase de desequilibrios orgánicos como: la deshidratació, la inanición, peritonitis, hipotermia, hipertermia etc., según sea el caso. El deseo sexual y en general, los derivados del sexo, tambien son deseos innatos, si bien no se presentan de manera patente sino hasta mucho después del nacimiento, su génesis es de origen embrionario y permanece de manera potencial durante toda la pequeña infancia y un poco más.
Naturales natos son aquellos que surgen de causas psicosociales como por ejemplo: el deseo sobre los objetos de arte (música, artes plásticas, literatura, deportes, etc.), los cuales son en cierta forma eludibles o aplazables.
Los deseos artificiales, son aquellos que de alguna manera los generamos exprofeso por iniciativa propia al iniciar conductas de manera descontroladas que nos producen cierta clase de placer y que por lo mismo quedamos invitados a la repetición de esas conductas, lo cual, genera una tendencia hormonal desequilibrada que nos produce deseos en forma de necesidad que, una vez establecidos, se vuelven como los deseos innatos; inaplazables e ineludibles. Son deseos artificiales como por ejemplo: el fumar todo tipo de droga fumable, el libar todo tipo de bebida con contenido alcohólico, el ingerir todo tipo de drogas psicotrópicas o añadirlas a nuestro torrente sangíneo por cualquier otro medio y en general aquellos que nos llevan a ejercer todo tipo de conductas que produzcan placeres que a su vez incrementan el deseo anterior (hacer deporte, comer, investigar oír música etc.).
Luego, la vida feliz, debe consistir en tener los recursos para la satisfacción de los deseos innatos, y darle entrada a los deseos natos sólo para los que nos consideremos con capacidad y tiempo de satisfacerlos, pero sobre todo, "cerrar la puerta" a los deseos artificiales ya que éstos llegan a establecer un dominio total al convertirse de manera casi siempre segura en vicios.
Por eso, el exceso de recursos no siempre es algo bueno, porque es algo que casi siempre "abre la puerta" para la entrada de los deseos artificiales y sólo cuando se tiene un control firme por medio de la virtud, se puede mantener ese "puerta cerrada", lo cual es muy difícil aunque no imposible, y aquí cabe una de mis máximas; "SI NO CONSIGUES TENER SÓLO UN POCO MÁS DE LO QUE PUEDA CONSOLARTE (O SATISFACERTE); CONSIGUE CONSOLARTE (O SATISFACERTE) CON SÓLO UN POCO MENOS DE LO QUE PUEDAS TENER" Algunas personas me han llegado a manifestar que eso es algo que se puede interpretar como "Conformismo" y la primera vez que me lo dijeron tuve que reflexionar sobre la crítica y llegue a la conclusión de que efectivamente, es "Conformismo" pero no olvidar que el "Conformismo" es el condicionante principal del estado de ánimo que llamamos "felicidad".
Ya que una manera de entender algo sobre la felicidad es aquella en la que considerando el deseo como objeto a satisfacer, valoramos los medios para dicha satisfacción y en sí, la satisfacción misma; por lo que, esto se vuelve algo demasiado subjetivo ya que se pudiera decir que, es feliz aquél que teniendo muchos deseos, logra la satisfacción de ellos, y en este razonamiento pudiérase decir que aquél que logra tener un mayor número de deseos todos satisfechos, es más feliz que el que tiene menos, pero aquí viene eso de la subjetividad porque si consideramos a los deseos como el recipiente a llenar con los satisfactores, mientras más grande es el recipiente, mayor costo representará el proceso de llenarlo y vemos que, al tener deseos insatisfechos, muchas veces se revierte el resultado porque en lugar del "placer" sentido por la satisfacción se sentirá ahora un dolor o incomodidad por la insatisfacción. Todo lo anterior nos lleva a considerar de manera más importante, la mesura de los límites en que se deben establecer los deseos para que éstos, no excedan nuestra capacidad de obtener los satisfactores por eso es que, yo hago hincapié en lo poco que debemos excedernos en esos recursos.
Ya con todo lo anterior, no queda duda de que, es feliz aquél en el que se conforman de manera aceptable para él, el conjunto de deseos con el conjunto de satisfactores y por lo mismo, con el conjunto de satisfacciones con todo lo cual, no quiero decir que de esta manera se esté definiendo lo que es: "Felicidad" pero sí es una aproximación de lo que se puede entender como tal, entendiéndose por lo mismo que, no puede haber una "Felicidad absoluta" ni una "Infelicidad absoluta" y que en térmimos más o menos prácticos sólo podemos hablar de: "Gran felicidad", "Felicidad normal", "Poca felicidad" e "Infelicidad", etc. dependiendo de, la manera como cada quien interprete su estado de ánimo ya que, como vimos al principio, la felicidad es sólo un estado de ánimo, el cual de alguna manera ya ha sido explicado.
Ahora bien, más importante que "definir" a la Felicidad en sí, es el hecho de poder conseguirla, primero, tendremos que entender lo que para nosotros es la felicidad y luego ver la forma de llegar a ella o hacer que ella llegue a nosotros según sea el caso para lo cual cada quien debe ajustarse según su naturaleza y criterio es decir: como cada persona puede pensar de manera muy diferente a las demás; cada quien debe valorar lo que para él es el estado de ánimo que lo mantenga contento consigo mismo y con todo lo demás de manera más permanentemente sustentable; pongo con letras nigritas esos términos ya que son parte medular del tema; toda persona sabe lo que es, estar contento y no necesito profundizar en más explicación al respecto, supongo. Pues bien: el poder estar contento no depende sólo de cada quien, sino de un conjunto de circunstancias que prevalecen es decir: no es fácil para un individuo estar contento cuando es víctima de una grave enfermedad o cuando algún pariente o amigo querido sufre o adolece de algo similar; es más fácil, si las circunstancias fueran favorables al propósito de la persona es decir: si la persona se propone algo, y logra encontrar los medios para conseguirlo, esto será motivo para que esté contento y podemos decir que esa persona es feliz en ese lapso de tiempo con respecto a ese propósito y aquí viene que, el estar contento es una manifestación de placer en activo es decir: actual; que de manera pasiva o sea: potencial; queda en nuestra memoria para evocar con su recuerdo esos momentos.
Pero así como el estar contento es algo que transita es decir que no permanece de manera indefinida, ya que si así fuera, vendría la monotonía que trae aburrimiento y por lo mismo una forma de descontento; por eso se dice que en la variedad está el gusto ya que una misma cosa aunque guste, no es suficiente para conservar el estado de ánimo en eso que podemos llamar: "Contento". Yo no creo que debemos eliminar nuestros deseos para poder ser felices como dijera Amado Nervo refiriéndose a Buda "Quien no desea nada, donde quiera está bien" Yo creo que: quien no desea nada donde quiera está como muerto, pero no debemos dar rienda suelta a los deseos al grado de que no podamos encontrar los satisfactores correspondientes y que, quien encuentra el justo medio adecuado en la cantidad de deseos con respecto a la facultad de obtener los satisfactores, es quien puede sustentar su "contentura" o "contentamiento" y por lo mismo su felicidad.
¿Qué o cuánto es lo que debe desear cada persona para no excederse en el "desear"? Es algo que se debe analizar de manera muy concienzuda para no incurrir en el error del vicio el cual no es otra cosa que una máquina generadora de más y más deseos a una "velocidad" mucho mayor que las satisfacciones; o por otra parte para no incurrir en la parquedad que aunque muchos lo ven como una virtud, (ya cité algo de la filosofía budista); la mayoría de las veces ese estado produce más incomodidad que satisfacción. Debemos estar en primer término, en concordancia con la naturaleza de nuestro ser para lo cual, primero debemos comprender el posible motivo por el que "somos" y de una manera aunque mínima dar por hecho que ese posible motivo va dirigido al "Todo" llámese este "Todo": Ser, Universo, Creador, Dios etc.
Si por las leyes de ese "Todo" hemos nacido como producto de una consecuencia indefinida de los nacimientos de nuestros ascendientes; es lógico suponer, que desde ese momento adquirimos la "deuda" de ejercer en nuestro turno la consecuente acción de dar lugar al nacimiento de más seres siempre y cuando estemos constituidos con la capacidad de hacerlo ya sea de manera física o mental; y tales facultades con que fuimos dotados desde nuestro inicio son las que han de funcionar para dirigir nuestro "derrotero" en ese sentido; con lo que quiero decir que, ya desde que "somos", se nos acredita la tendencia en ese rumbo y es por eso que el conjunto de los deseos derivados de la actividad sexual son los que nos conducen hacia allá, por lo cual, una parte de la felicidad en nuestro vivir, está en la satisfacción de tales deseos, los cuales son naturales pero, esto no debe significar que por tal motivo, son deseos que debamos incrementar de manera excesiva ya que, como dije antes: esa desmesura no es otra cosa que la tendencia al vicio lo cual hace de los más nobles hábitos, algo de lo más ruin y perjudicial para nuestro "ser". Debemos tener fuerza física e intelectual para poder limitar esa tendencia dentro de márgenes que no representen perjuicios consecuentes o sea que, debemos saber "mirar" la consecuencia de nuestras tendencias en el proyecto de nuestros deseos ya sean éstos de cualquier índole. A la capacidad para poder limitar nuestros deseos se le ha llamado: "Templanza" que desde el punto de vista filosófico, es una forma de la Virtud y quien la ejerce tiende a "La Sabiduría" que es otra forma de la virtud que según los cánones se complementa con "La Justicia" y "La Fortaleza" yo creo que de las cuatro, la principal es: "La Sabiduría" ya que quien la ejerza no puede hacerlo sin la debida: Fortaleza, Templanza y Justicia; pero ya se hablará de la Virtud en otra parte, de momento es menester entender que sólo por medio de la sabiduría podemos dar el límite correcto a nuestros deseos es decir: para poder dar ese límite correcto, debemos saber a ciencia cierta o como dijeran los antiguos: "de buen saber", el efecto inmediato de la satisfacción, pero también la consecuencia a mediano y largo plazo de dicha satisfacción, porque en ese "saber de buen saber" radica la Sabiduría; quien se excece en el uso de satisfactores habrá de tener placer y estará contento sólo a muy corto palazo de la aplicación de dichos satisfactores y a un mediano o largo plazo viene un deseo que se incrementa cada vez y físicamente irreprimible, pero no es nada más eso, en la medida que crece ese deseo produce cambios degenerativos en el organismo que dañan la salud física y mental al grado de llegar a causar la muerte prematura pero, ni siquiera una muerte normal sino que, además de prematura, una del todo torturante para el sujeto y sus allegados por lo que, la felicidad perseguida deja de ser del todo alcanzada.
Veamos pues: para llegar a estado de ánimo de agradabilidad como se requiere para poder estar contentos y por lo mismo, tener sucesiones sustentables de esos lapsos a largo plazo lo cual nos pone en el ámbito de la Felicidad; es necesario tener la Sabiduría para ejercer las limitantes a los deseos por medio de la Templanza; es necesario también tener la Fortaleza necesaria para soportar los momentos a los que de rigor hemos de enfrentarnos por las vicisitudes que circunstancialmente se nos presenten y por último, tener un buen sentido de la Justicia para no permitir (por lo menos) que suceda a otros lo que no queramos que nos suceda a nosotros. Vemos pues que, con todo lo anterior, podemos concluir que: para llegar al ámbito de la felicidad y estar dentro de ese ámbito es menester de alguna manera poseer la Virtud en sus cuatro formas mencionadas por lo que se deduce que, sólo los Sabios pueden estar en el ámbito de la Felicidad la cual consiste en poder estar contentos de manera sustentable. No es Sabio aquél que ha llegado a conjuntar una gran cantidad de dinero o de pertenencias si se vuelve escalvo de dichas adquisiciones y sólo vive para conservarlas sin hacer el usufructo correspondiente para tener el estado de ánimo debido a la felicidad, y muchos dirían que, esa persona así es feliz pero no; vivir con una sosobra de la pérdida de lo adquirido no es algo que nos lleve a estar contentos, la sosobra, el miedo, el dolor, la tristeza, el rencor, el odio, los celos y tantas otras pasiones, no son de ninguna manera indicios ni complemento de la felicidad sino, de lo contrario.
No todos estamos en el mismo nivel de vida y por lo mismo, la forma para cada quien de llegar al ámbito de la felicidad, es diferente en cada caso específico; las diferencias se derivan de, la posición particular de cada persona la cual debe ser considerada desde diferentes puntos de vista, hay diferencias en la posición social, en la posición económica, en la posición cultural del medio en que se desarrolla, en la posición geografica y por lo mismo climática y en muchas de otras índoles; pero las diferencias fundamentales estriban en la "posición mental" de cada quien ya que, estando bien posicionado mentalmente una persona y cualquiera, es capaz de llegar al ámbito de la felicidad superando los obstáculos derivados de todo otro tipo de posiciones. Cada quien, no como dijo Amado Nervo: es el arquitecto de su propio destino, sino que: "puede ser" el arquitecto de su porpio destino y digo: "puede ser" ya que, la posición o capacidad mental a la que me he referido no la tenemos bien desarrolada sino hasta después de cierto tiempo que en cada caso puede ser diferente; ese tiempo o momento después del cual adquirimos la facultad de poder ser los arquitectos de nuestros propios destinos, ese momento es el punto de separación de dos etapas en la vida del individuo antes de dicho punto, está la etapa de dependencia y después del cual está la etapa de potencialidad en la "construcción" de la vida hacia el ámbito de la Felicidad. De hecho ese momento al que me refiero no es un momento en sí sino un período digamos de transición que también está sujeto a cambios en forma y tamaño según sea el caso particular. El individuo desde que nace hasta una edad que no puede ser previamente determinada está sujeto al suministro de recursos para su subsistencia procedentes de sus parientes más cercanos (padres, tíos, hermanos etc.) así como de otras personas allegadas de alguna manera, por lo cual, en esta etapa no se puede decir que está facultado para determinar la formación de su propio destino pero ya tiene facultad para desear y la mayoría de las veces no tiene facultad para escojer sus deseos si es que no es asistido por una educación conducente a tal propósito por lo que, esta etapa es algo muy riesgosa en cuanto a la adquisición de vicios de toda clase, por eso, el deber de los padres es atender a la educación de los hijos en esta etapa cuidando por medio de la orientación, que las tendencias adquiridas vayan en dirección aceptable, y esta aceptabilidad en todo caso es la que pueda determinar el buen desempeño de su vida posterior o el fracaso correspondiente en su caso, si a un hijo (en su temprana edad) se le deja actuar a su libre albedrío lo más seguro es que el camino que escoja, no sea el correcto, aunque con sus contadas excepciones (muy escasas); pero también, si la orientación que se le da es equivocada, lo mismo puede dar como resultado la determinación de caminos incorrectos, y en esto sí que al individuo en cuestión le toca cargar con la suerte de tener unos orientadores buenos, medianos o malos, aunque la probabilidad del fracaso siempre es mayor si se deja a los niños actuar a su libre albedrío. Lo más importante de esta etapa, es el hecho de que, aquí es donde se surte al individuo de los recursos humanos necesarios para poder ser autosuficiente y escojer el rumbo que califique como más conveniente.
En la primera etapa (del nacimiento a la autosuficiencia) los padres deben cuidar de que los hijos tengan la educación normal académica que mejor les acomode de acuerdo con sus facultades así como, cuidar por medio de la orientación, de que no se inclinen a conductas que tiendan hacia algún vicio, manifestar los resultados de experiencias propias correctas o incorrectas; los primeros resultados, para seguirlos y los segundos, para evitarlos y una vez que, como las aves que aprenden a volar, los padres sólo vigilarán de vez en cuando las formas como los hijos ejercen el vuelo para corregirlo en su caso o para definitivamente dejarlos ahora sí a su libre albedrío que, en en su momento, ellos tendrán que hacer lo mismo con sus hijos.
Imaginemos que ya estamos en el inicio de esta etapa que yo llamo de autosuficiencia y vamos a empezar a construir nuestro "propio destino" y claro que el propósito de la vida, aparte de vivirla, es: vivirla bien o sea; vivirla lo más que se pueda, en el ánbito de la felicidad. Imaginemos que ya tenemos el concepto de lo que es esta situación es decir: de lo que es estar contento o en el ámbito de la felicidad. ¿Qué cosa u objetivo debemos tomar como punto a desear para obtener el satisfactor correspondiente y por lo mismo, la correspondiente satisfacción?
Por naturaleza vivimos en un constante desear y en la medida que se dan los recursos es como vamos poniendo en la fila de las prioridades aquellos deseos que consideremos más importantes, y en esto, es decir en la clasificación de los deseos por orden de importancia, es en lo que radica nuestra principal manera de ejercer nuestro libre albedrío con miras a ocupar un lugar en el ánbito de la felicidad.
Debemos partir del hecho de que nuestra capacidad de desear es hasta cierto punto ilimitada es decir: podemos desear hasta lo inalcanzable y en esto, me refiero verdaderamente a lo inalcanzable como por ejemplo: ir a otra galaxia o poder permanecer horas sumergido en el agua sin equipo y sin sufrir daño alguno etc., pero si empleáramos el tiempo de nuestra vida en tratar de alcanzar la satisfacción de esa clase de deseos entraríamos en lo que se llama "necedad", "estupidez" o falta de conciencia; necedad, en el caso de que aún sabiendo la imposibilidad de la empresa, nos esforzamos por ella; estupidez en el caso de que por error en la apreciación creamos en la posibilidad de lo imposible y falta de conciencia en el caso de que estemos privados de nuestra facultad mental para valorar el caso.
Con lo anterior, llegamos a la conclusión de que en el caso de aplicarnos con cordura, sólo es aceptable el hecho de que, sólo sea perseguible lo alcanzable, ya sea plenamente posible o con un determiando margen de posibilidad, con lo que quiero decir que, no podemos poner en el cuadro del párrafo anterior, a aquellas personas que teniendo un márgen lógico de posibilidad se aplican en la consecución de un determinado propósito siempre que no exista otra meta similar con mayor margen de probabilidad.
Lo más importante en eso, es poder determinar nuestra propia ubicación con la mayor presición posible y partir de esto para proyectar lo que queda a nuestro corto, mediano o largo alcance. Un artillero que lanza misiles contra el enemigo, parte de su ubicación para referirla a la posición del enemigo y así poder establecer el ángulo y dirección de su cañón, ya que, de otra manera sería casi seguro que daría en el blanco equivocado. Así, si no conocemos nuestra ubicación, todos nuestros proyectos para alcanzar un objetivo carecerán de sustento y lo más seguro es que, se incurra en el error y se tengan resultados nulos o adversos.
¿En qué consiste pues nuestra ubicación?
Partiendo del entendido que, ya somos autosuficientes para subsistir:
Primero.- En saber que existimos y que cuando caminamos vamos con los pies en el suelo.
Segundo.- En saber que el lapso de tiempo en el que existiremos tiene un límite final y calcular un límite máximo para ese lapso congruente con la media de vida existente. Esto es muy importante porque nos ayuda a tener presente que nos queda un determinado máximo de tiempo de vida en el que debemos compaginar nuestros poryectos.
Tercero.- En hacer un recuento lo más pormenorizado de los recursos de que podemos disponer de manera segura o con determinado margen de probabilidad; los recursos a los que me refiero pueden ser de varias índoles, algunas de las más importantes son: de índole personal individual (física y mental), de índole social, (apoyos de familiares, parientes, amigos u otras personas) y de índole económico.
Imaginemos a los deseos como a una turba de gente que está tratando de entrar a nuestra casa para formar parte de algunos de nuestros poryectos y que, nosotros podemos admitir a quien determinemos, según sea nuestra conveniencia; y claro que, sólo vamos a dejar entrar a aquellas personas a las que calificamos de: "personas gratas" y cerraremos definitivamente la puerta para las "personas non gratas", claro que, dentro de las primeras pudiera haber algunas sobre las cuales aplicamos mal nuestro juicio y resultan ser lo contrario de lo que suponíamos pero al detectarlas a tiempo pudimos expulsarlas en un proceso diríamos, de depuración; pero además, pudiera haber aún algunas otras que estando en ese mismo caso, no las pudimos detectar y se quedaron y con el tiempo como ya se habían adecuado a nuestra aceptación aunque nos dimos cuenta de su "impropiedad" ya no nos fue muy fácil expulsarlas y no lo hicimos con algunas. Algo similar son los deseos en al vida de una persona, los proyectos, son la misma vida.
Una de las partes más importantes en la vida de una persona, es la determinación del "proyecto fundamental" al que corresponderá: el "deseo fundamental" es decir: aquel que tenga para el individuo la mayor importancia, en torno al cual, pueden adecuarse algunos otros que llamaríamos proyectos secundarios o terciarios o simplemente: "derivados", a los que les corresponderían: los respectivos "deseos derivados".
No podemos juzgar de manera estricta por sí solo: a tal o cual "proyecto fundamental" como el mejor ni a tal o cual otro como el peor; es cuestión de posibles buenos o malos resultados por ejemplo: si un individuo débil físicamente pero con una capacidad mental grande quiere (porque le gusta) dedeicarse a levantar pesas, diríamos que su proyecto es malo y si quisiera (también porque le gustara) dedicarse a la investigación científica diríamos que, el proyecto es bueno porque existe mayor posibilidad de tener mejores resultados en el segundo caso; es decir: hay mejores resultados cuando hacemos coincidir el gusto con la capacidad y malos resultados cuando el gusto no coincide con la capacidad, y se dan estos casos; ¿porqué? Bien puede ser por una mala orientación en su etapa de vida anterior (de no autosuficiencia) o por un mal cálculo de ubicación es decir que, crea que tiene facultades cuando no tiene por lo menos las suficientes.
La naturaleza nos dio el Ser por medio de nuestros padres quienes nos dieron la formación que pudieron darnos hasta adquirir nuestra autosuficiencia a partir de donde, ya corresponde a nosotros dar el Ser a otros, para formarlos lo mejor que podamos hasta su cabal formación que los faculte para ser autosuficientes.
La felicidad es como se dijo: un estado de ánimo del individuo, el cual, depende de la interpretación que ese individuo da al ambiente que le prevalece; por lo tanto, se entiende que el mismo ambiente que puede interpretar un individuo para adquirir ese estado de ánimo, bien puede ser el que otro individuo interprete de manera diferente así es que, la felicidad proviene en cierta forma, más de nuestro interior que de afuera, aunque no sólo de nuestro interior como ya dije más arriba. Cada quien, puede aprender y decidir a su manera, la forma de ser feliz (como decía el gran Federico).
De todo lo anterior se infiere que, no existe un estado de ánimo absoluto que se pueda llamar: felicidad, ni tampoco existe una "felicidad plena" para nadie en lo particular, tenemos lapsos llenos de momentos felices (agradables) y lapsos con momentos no tan felices y lapsos con momentos desagradables y lapsos con momentos tormentosos y de toda clase de lapsos de tiempo en nuestras vidas y en la medida que aprendamos a valorar esos lapsos a los que me refiero, para que nos sean en su mayor parte agradables y tendientes a mantener nuestro estado de ánimo orientado a la felicidad, es en esa medida que podemos decir que somos: algo, mucho, poco o nada felices. Cada vida de cada persona es tan solo una secuencia de vicisitudes en las que casi siempre abundan más las incomodidades que las agradabilidades y sólo en muy contados lapsos se puede decir que se es feliz y casi siempre llegamos a estos mometos sólo después de una serie de dificultades e incomodidades que bien pudieran ser parte de nuestra predisposición para sentir ese móvil íntimo que nos hace decir que estamos felices y esto nos lleva a considerar que, la felicidad existe ya que la sentimos pero que, como cada quien la siente a su manera tendríamos que decir que no tiene el mismo aspecto para todos y que, como para llegar a esos momentos particulares nos es preciso muchas veces sufrir, tendremos que decir que: cuesta y ¿cuánto cuesta? Eso es algo que a cada quien le toca valorar. Si tenemos la mano derecha, dentro de agua fría y la izquierda, dentro de agua caliente, y luego metemos ambas manos en agua normal, con la mano derecha sentimos que la temperatura del agua es más caliente que como la sentimos con la mano izquierda y eso que, si medimos con un termómetro, la temperatura es la misma.
Ahora que, si queremos ser un poco dialécticos al estilo platónico, diríamos que, la felicidad es siempre la misma es decir: siempre consiste en lo mismo que es a saber: ese estado de ánimo y deberíamos decir que, en la persona en la que se ejerce ese estado de ánimo existe la felicidad; y que es la misma que exista en otra persona con un estado de ánimo similar, aunque sean diferentes causas y motivos, los que dieron ese resultado; así como la acción de subir la ejerce el que sube una montaña lo mismo que el que trepa un árbol es decir: ambos suben en tanto que:"subir"; aunque lo hagan de diferente manera y en diferentes circunstancias; y así como podemos decir que, uno puede subir más que otro, en el caso de la felicidad, podemos decir que, uno ejerce ese estado de ánimo con mayor intensidad que el otro y por lo tanto, podemos decir que, uno es más feliz que el otro. De tal suerte se infiere que, la felicidad debe ser algo que de alguna manera se puede cuantificar por lo menos de manera subjetiva ya que en su mayor parte, ese estado de ánimo depende de la subjetividad derivada del criterio humano que la ejerza.
Somos la única especie (de que sepamos) en el Universo, con la capacidad de elegir la manera de vivir e incluso con la capacidad de elegir la manera de morir; capacidades tales que la naturaleza (llámese: Dios, Cosmos, Universo etc.) puso a nuestro alcance, con quién sabe qué propósito pero, posiblemente, en la investigación de dicho propósito radique una parte de la tarea para la que estemos, ya que por naturaleza, deseamos entender eso. y por eso desde la antigüedad se ha tratado de tal investigación cuyo propósito no se ha logrado conseguir hasta la fecha pero que en los intentos, se ha llegado a muchas conjeturas que dan como resultado en unos casos, las religiones y en otros: la filosofía la cual implica dos corrientes: la científica objetiva y concreta; y la científica subjetiva y abstracta.
Desde que tememos uso de razón, nos preocupa sobremanera el hecho de que tenemos que morir y uno de los propósitos principales en el devenir (serie de vicisitudes) de nuestra vida, es el de hacer que ese momento de la muerte sea lo más tardado posible; pero a medida que vamos transcurriendo por el camino de la vida, nos vamos enterando de que ese momento ha de llegar de una manera inexorable, lo cual hace que, los momentos de felicidad disminuyan, ya dije antes que: el miedo, la angustia, y la sosobra de pensar en la posibilidad de perder algo que queremos es algo que no ayuda a permanecer en el ámbito de la felicidad; y el estar con la sosobra de que vamos a perder la vida, es un ejemplo de este estado, por eso, yo creo que existe un proverbio chino que dice que: "lo mejor de la vida es, no pensar en la muerte" y yo diría que esto tiene sentido sólo a medias porque, yo diría que sí debemos pensar en la muerte pero primero: como un límite de nuestros proyectos y segundo: como el momento en que dejamos de existir en contacto con lo que conocemos de una manera material, para ponernos a pensar en las conjeturas que puedan venir a nuestro encuentro, para tratar de entender aquél propósito del que hablaba para el que se nos dio o dotó de la vida como la cursamos.
Puesto que damos por hecho que el fin de la vida es ineludible, debemos acomodar las cosas para hacer que ese final sea lo más tardado posible (que de hecho nuestra programación natural normal está en ese sentido) para dar cabida a todos nuestros proyectos (diríamos: terrenales) con lo que conseguiríamos pasarla en su mayor parte posible, dentro del ámbito de la felicidad, y aquí diría: de una felicidad también terrenal; y dejar un tiempo antes del final para pensar en la muerte de la segunda manera o sea como algo que estuvo también diseñado por esa naturaleza para "algo" y a nuestra manera, tratar de entender ese "algo". Ya en tiempo de Shakespeare hablaba de "lo que ha de sobrevenir en aquel hondo letargo de la muerte" existiendo la preocupación de la posible estadía en "el Infierno" más que de la cabal nulidad de todo. En la actualidad son más o menos las mismas preocupaciones las que prevalecen pero desde antaño hasta la actualidad, no se sabe a ciencia cierta la verdad de lo que hay en ese campo post-muerte claro está, porque nadie se ha muerto (lo que se dice morir en realidad), para venir de nuevo a contar su experiencia; que alguien se dé por muerto porque técnicamente ha traspasado desde el punto de vista científico ese límite y que en término más o menos rápido "regrese" de ese estado, y nos platique de situaciones que recuerda haber concebido; eso no nos define de una manera categórica la verdad que se busca, otra cosa sería que por ejemplo: alguien que ya tiene años de muerto se presentara de alguna manera fidedigna y comprobable ya sea en forma espectral o de otra índole para narrar sus experiencias allá pero eso no se ha dado y posiblementen no se dé.
Claro que no es el tema, el de la muerte sino el de la felicidad pero se menciona por la relación estrecha que implica el tema de la muerte con respecto al de la felicidad, ya que parece ser que es uno de los factores generadores de conflictos de índole emocional que producen angustias, lo cual impide ese estado de ánimo al que nos referimos con respecto a la felicidad.
Sólo hay dos posibilidades fundamentales de lo que pueda suceder después de ese momento que llamamos: muerte, a saber, la pirmera es que, allí se termine absolutamente todo con respecto a la continuidad vital de la materia que nos compone e incluso que termine por lo mismo la continuidad mental y que se abandone como dijo un poeta, a la historia justiciera un nombre, sin cuidarse, indiferente de que ese nombre se eternice o muera... La otra posibilidad es la de que, de alguna forma haya un cierto tipo de continuidad en nuestra existencia mental para entrar de lleno a "lugares" o "dimensiones" de otra naturaleza del todo acá desconocida y posiblemente sí imaginada por muchas mentes preclaras que se han dedicado a este tipo de análisis y meditaciones.
La primera posibilidad es la que, "a la luz inmediata de los hechos" parece ser la más probable toda vez que, no se observa ninguna relación tangible de manera concreta, entre los seres que ya se "fueron" y los que quedamos; vemos cómo todo tipo de seres vivientes dejan de existir en esa categoría y sólo nos quedan sus restos materiales; si bien pudiérmaos decir que, aún viven de una manera subliminal, en nuestras mentes pero en este caso, somos los que quedamos los que de esa forma, estamos dando cabida a ese tipo de existencia que por su parte, los que se fueron, de ninguna manera podemos asegurar categóricamente que comparten esta existencialidad.
La segunda posibilidad, es la que abre la puerta a todo tipo de conjeturas, muchas de ellas sin ningún sustento lógico; otras, apoyadas en testimonios casi siempre de muy dudosa fuente y otras más sustentadas en el débil apoyo que pueda dar en este sentido, la contemplación filosófica que se pueda aplicar a ese respecto. Es en este campo en donde surge la idea de: "Divinidad Actual" o, podríamos decir: "Divinidad de hecho". Trataré de explicar este concepto. Los que compartimos esta hipótisis, (yo me incluyo) damos por hecho que, existe una "entidad" divina que regula y gobierna todos los procesos de la Naturaleza Universal por lo que, lo que conocemos como: masa, energía y espacio son sólo el ámbito de acción de esa "entidad" ya que, sin ella, la masa que pulula en el espacio sujeta a la energía de una manera aleatoria, no podría dar los resultados que se tienen que son a saber: los seres vivos y entre éstos; nuestra especie. No es suficiente, todo el tiempo que se la atribuye por la ciencia normal de vida a "El Universo" (quince o veinte mil millones de años según los que afirman que el universo tiene edad), para que, por azar, se forme una bacteria, ni mucho menos, un ser superior; y mucho menos aún, el ser humano; y puesto que, estos seres son un hecho ya que, existen y los palpamos de manera tangible con nuestros sentidos y de manera inteligible con nuestra conciencia, es de entenderse que, "algo ayudó" en este acomodo energético de la masa para darle este tipo de configuración; a ese "algo" que por fuerza tuvo que intervenir, es a lo que me refiero cuando hablo de "entidad divina" por llamarle de alguna manera, que lo importante no es la palabra con que nos refiramos sino, el concepto mental que de eso nos formamos.
La figura mental a la que acabo de referirme, es el punto al derredor del cual hemos de concentrar toda nuestra capacidad contemplativa para derivar de ello el cúmulo de conceptos y juicios que se puedan aplicar al respecto para ir dando una desahogo a por lo menos una parte de las angustias que pudieran afectar nuestro estado de ánimo al no tener conciencia de los misterios que encierra este tema de la vida.
A esta figura mental que yo llamo "Divinidad" de manera puramente circunstacial ya que para mí, el nombre es lo de menos, es a esta "divinidad" a la que me voy a referir para hablar un poco sobre ella. Para mí, esta Divinidad, yo la entiendo como la parte activa rectora de todo lo que se da y existe en el Universo considerando al Universo como el todo infinito en tiempo, espacio y materia; a la vez que entiendo como materia, a una forma en la que se manifiesta la energía física, esa que conocemos como generadora de trabajo físico.
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Si ponemos en un sistema cerrado el conjunto de todos esos componentes físicos del Universo (tiempo, espacio, materia: (todo tipo de masa y energía física) y dejamos al azar la interacción de esas partes; por la segunda ley de la termodinámica, tendrá que llegar a dar como resultado el máximo desorden o sea el máximo nivel de "entropía"; y para que esa tendencia hacia el máximo desorden se invierta, debe haber "fuerzas" rectoras que dirijan las interacciones con tendencia a un determinado propósito. No se puede establecer un orden, (el que sea) sin que antes se estipule el propósito o sea, la meta hacia a donde deba tender ese orden.
¿Que porqué me salgo del tema? Bueno, en realidad no me estoy saliendo, más adelante lo iré aclarando, de momento digo que si ya tenenmos bien claro que la felicidad es cualquier estado de ánimo que nos exiba con alegría, es decir: que nos haga estar contentos; una de las interrogantes inmediatas es: ¿cómo hacer para estar contentos?
En veces decimos que estamos contentos porque ganó el equipo de futbol de nuestra preferencia pero, en realidad, nosotros no hicimos nada para que se diera ese resultado y, ¿qué ganamos con ello? Si tratamos de contestar esta pregunta de manera honesta nos encontraremos que, en realidad no ganamos nada por lo que esa contentura fue algo ficticio, que sí nos hizo sentirnos bien, pero de una manera diríamos: "artificial" o "superflua" por no decir: "falsa". Lo que aparentemente es lo contrario, es por ejemplo: cuando nos sacamos la lotería; y decimos que en este caso sí estamos contentos, porque de manera directa nos llega el beneficio y podremos satisfacer muchas urgencias que nos molestaban, pero si echamos la mirada hacia atrás vemos que muchas o casi todas, esas urgencias de una manera o de otra, eran urgencias "fabricadas" por nosotros mismos y ¿qué es lo que estámos haciendo? como se dice: "tapando los hoyos que nosotros mismos hicimos".
Al final, nos damos cuenta que, lo que llamamos de manera práctica: "felicidad" no es más que, el producto de una especie de vaiven entre la incomodidad de los problemas y la satisfacción de resolverlos o como se dice: "para valorar el gozo, hay que, antes haber sufrido"; y lo anterior, visto desde un punto de vista real, no deja de ser una simple vacilada. No tiene sentido (filosóficamente hablando) hacer funcionar el enfriador de la recámara para así poder sentir el "gozo" del calor de la manta. Esa satisfacción que se siente al resolver el problema provocado, es sólo una demostración de que no sabemos bien en qué invertir el tiempo, y en lugar de invertirlo, lo gastamos como quien va a la tienda a comprar porque tiene dinero y no porque necesita lo que va a comprar. Eso que llamamos: felicidad de manera práctica, es como correr riesgos nada más para sentir la emoción entre perder y no perder pero sin esperanzas de ganar.
La felicidad pues, no es eso que llamamos así de manera práctica pero, como a eso es a lo que nos acostumbramos por el medio formal en que vivimos, en el que se conjunta todo: educación, cultura y medio ambiente físico; creemos que sí lo es. Desde que tenemos uso de razón se nos inculcan ideas estereotípicas de los "valores" por lo que crecemos orbitando en torno a esas ideas, pero la mayoría de las veces no se nos educa para valorar los valores sino simplemente para aceptarlos; y en la valoración de los "valores" es decir: en el análisis de ellos, es en lo que debemos afanarnos para constatarlos o refutarlos según sea el caso, y es por eso que, en el análisis de los valores de nuestro ser, está el reflexionar sobre el hecho de nuestra existencia: ¿qué es lo que pudo haber sucedido para que se diera? Porque de estos valores fundamentales es de donde se pueden derivar los demás verdaderos valores que puedan ser de utilidad verdadera.
De los valores, el fundamental es el que consiste en la propia vida ya que, de eso depende todo lo demás por lo menos en lo que conocemos como mundo material; no tiene sentido nada de lo que existe si no hay seres vivientes y concientes que los conciban y de aquí que, si vivimos como lo hacemos o como se nos dió el ser, es primcipalmente para la contemplación de las cosas contemplables del Universo y al decir contemplar no me refiero al hecho de observar sensitivamente las cosas, sino observarlas de manera intelectiva, con todos sus atributos directos e indirectos esto es: que si vemos la Luna, tratemos de investigar ¿qué es lo que hace que sea lo que es? ¿Qué es lo que hace su periodicidad? ¿Qué es lo que hace su luminosidad y los cambios de ésta que se dan? Y así, ¿qué es lo que da origen a los atributos que le observemos? Todo lo cual es ya del conocimiento público debido a que ya hubo seres como nosotros que contemplaron a la luna de esta manera y fueron legando en su momento a las generaciones siguientes sus hallazgos para que sirvieran de fundamento para otros nuevos. Pero, después de enterarnos de lo anterior, para completar nuestra contemplación; tratemos de entender: ¿con qué propósito se han establecido todos esos elementos de nuestra contemplación? Y es por eso que el fondo de toda contemplación siempre va a ser, el llegar a entender en tanto que estemos capacitados, las causas primeras de todo aquello, es por eso que, siempre vamos a estar ante este tipo de temas diríamos "esotéricos" de la "ontología universal"
Pero no nada más la Luna existe para ser contemplada, hay infinidad de cosas, la naturaleza es pródiga en esta "materia" y siempre hay algo (objeto) para la contemplación. Un objeto de contemplación es nuestro propio ser como individuo de la especie humana; es como si nuestra capacidad mental fuera un "espejo virtual" en el que plasmamos nuestra existencia para contemplar sus atributos y de esta manera deducir tantas cosas que nos lleven de manera intelectiva por lo menos a la deducción de lo intangible como por ejemplo: el mismo sistema que crea una existencia tal; que hace que surjamos así con tanta facilidad aparente que la mayoría de las veces nos hace perder el poder de asombro. Nos asombramos de que surjan inventos como la minimización (la llamada nanotecnología) de los dispositivos electrónicos, pero en nuestros días suceden minimizaciónes muchos miles de millones de veces "mayores" en el nacimiento de todo ser vivo y eso parece no sorprendernos, antes al contrario decimos que con el tiempo a su favor, la naturaleza ha hecho que por azar como quien tira los dados, se den estos resultados; nada más ridículo que tratar de usar estos argumentos para salir del paso ante la cuestión correspondiente.
Por medio de la fe se puede llegar a la concepción de la existencia de un ser divino, al que luego se le pueden adaptar historias para tratar de explicar la existencia del ser; y así surgen las mitologías que explican cada una a su manera, el origen de las cosas, pero basta en cada caso, con un poco de estudios, para llegar primero a la duda y luego a la certeza de la falsedad; y caeríamos en la necedad, si tratáramos de seguir creyendo nada más para complacer nuestro ego o por flojera para seguir meditando sobre el tema.
Este error de la fe, no nada más sucede con respecto a lo abstracto o metafísico, tambien sucede en lo científico, y muchas veces aceptamos sin comprobar las teorías ajenas, proque provienen de personalidades de mucho renombre y además, porque nos da flojera ponernos a investigar por cuenta propia. Así aceptan muchos, que el Universo se formó de la nada, que tuvo un principio, y que tuvo un principio el espacio y que tuvo un principio el mismo tiempo. Cosas tan absurdas y mucho más, que los ya absurdos conceptos mitológicos de las religiones.
Al tener fundamentos para aceptar una tesis, empezamos a desechar el recurso de la fe, porque esos fundamentos nos van a servir de base para poner a prueba la tesis; y muchas veces nos sentimos contentos de haber llegado a la conclusión categórica ya sea esta positiva o negativa, y como ya dije, el estar contentos es una manera de identificarnos con ese estado de ánimo que llamamos: felicidad, pero en términos generales, los fundamentos nos llevan a una de tres conclusiones: ya sea que determinemos de una manera categórica la veracidad absoluta de la tesis, o que determinemos por el contrario la falsedad absoluta de la tesis o que nos encontremos en un punto intermedio el cual nos faculte para eliminar la veracidad de una manera categórica sin poder determinar la falsedad de una manera categórica o bien lo contrario que consistiría en eliminar de manera total y categórica la falsedad sin poder determinar de la misma manera la veracidad. Así, con respecto a la existencia de una fuerza divina superinteligente, podemos llegar a la conclusión de que es falso que no exista pero con respecto a su existencia veraz y categórica estaremos en una situación inconclusa. Es decir: tenemos fundamentos para aceptar y dar por hecho que existe aunque no podamos dar cuenta cabal del cómo, cuándo y dónde de una manera concreta y tangible.
Para analizar la cuestión tenemos que dar por entendido que, sólo de dos formas se puede llegar al resultado consistente en un producto de la naturaleza ya sea éste: la formación de una montaña, la erupción de un volcán, la formación de un huracán, o la formación del ser humano: por el simple azar sujeto a las leyes físicas o por la intervención de una actividad mental ya sea "instintiva" en el caso de los animales irracionales o bien "intelectiva" en el caso del ser humano o "superintelectiva" en el caso de algo superior al ser humano; así por ejemplo: podemos decir que, los cristales de cloruro de sodio (sal común) se forman por la acción de las leyes físicas moleculares de sus componentes sin la intervención o existencia de algún proyecto previo es decir: se forman esos cristales por la aleatoria coincidencia de factores físicos sobre líquidos que contienen el cloruro de sodio en forma diluida que con la concurrencia de la tempreatura hacen que se evaporen las otras sustancias y en la medida en que se pierde la dilución del cloruro de sodio en el líquido, las moléculas de este compuesto tienden a agregarse en enstructuras sólidas cristalinas de forma cúbica que cada vez aumentan su tamaño hasta hacerse perceptibles esas estructuras a simple vista, pero no se puede de momento decir que, desde antes ya haya habido un plan previo para que se dieran esos procesos como se dieron. Cuando vemos un edificio cualquiera como por ejemplo: cualquier conjunto habitacional, damos por hecho que no fue la aleatoriedad de los fenómenos físicos la que formó esas estructuras, sino la capacidad de proyección de algo que existe en el ser humano que llamamos, inteligencia. Cuando un arqueólogo observa una piedra con determinada forma, da por hecho la intervención de un ser inteligente para su formación, el simple descubrimiento de restos de lumbre junto a huesos de animales hace determinar que existió allí algún asentamiento de seres inteligentes. porque no se puede dar por hecho que de manera fortuita hayan conincidido en ese lugar esas muestras, por el solo efecto aleatorio de las leyes físicas de la naturaleza, y lo que hace tomar esa determinación, es el hecho de que al ver esa piedra tallada, se determina un propósito previo que bien puede ser el de una punta de flecha para la cacería o bien, un cuchillo para el corte de carne o bien, en el caso de la lumbre junto con los huesos, el de allegarse calor contra el clima a la vez que cocinar el producto de la cacería.
propósito.
(Del lat. propositum).
1. m. Ánimo o intención de hacer o de no hacer algo.
2. m. Objeto, mira, cosa que se pretende conseguir.
3. m. Asunto, materia de que se trata.
Con la simple definición que nuestra lengua da al término nos enteramos que, dicho término es de uso exclusivo para quien posee la capacidad de proyectar, llámese: ser humano o de alguna otra manera; pero nunca para los seres irracionales como por ejemplo: animales irracionales valga la redundancia, platas o seres inanimados como: minerales; y alguien pudiera decir que, un ave al construir su nido tiene un propósito pero, no nos equivoquemos, esa ave no es la del propósito porque ese nido no lo construye de una manera que ella proyecto sino que, quien proyectó; fue una especie de programa genético del que fue dotada y nunca puede ella decidir entre hacer o no hacer el nido, siempre lo hace y siempre de una misma manera (no tiene opción de elegir) que de paso sea dicho, no lo aprendió de nadie porque cuando su madre hizo el suyo, esa ave aún no nacía; de modo que, en este caso, si se habla de un propósito (que es el de ovopositar para continuación de la especie) no se le puede atribuir al ave sino a otra cosa que ha de estar por "encima" del ave.
Esa cosa a la que me refiero que ha de estar por "encima" del ave es algo con capacidad "intelectiva" y considerando el valor que damos a la palabra "intelctiva" yo diría que me quedo corto, muy corto; y más propio sería llamarle de otra manera como por ejemplo: "superintelectiva" y ¿porqué no? hasta "Divina"
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Ya en otro apartado he hablado de la imposibilidad que existe para que por medios puramente aleatorios con la intervención de los efectos físicos en un término de tiempo como el que se supone que tienen nuestro sistema solar, se dé el fenómeno de la vida. Ya otras personas han llegado a esta conclusión por medios matemáticos de las probabilidades pero, existe otro ángulo desde el cual se puede determinar la existencia de algo que influyo para que ese tiempo calculado casi como infinito para que se diera el resultado dado, se acortara significativamente. Siempre que leemos sobre las teorías acerca de la formación de la vida por causas aleatorias, vemos que expresan en todo momento no otra cosa que lo que podemos entender como "propósito" desde que hablan de una "evolución" de los compuestos del carbono para formar estructuras protovitales. Evolucionar hacia algo, implica la existencia de un propósito previo o proyecto; ¿quién o qué fue el que ejerció dicho proyecto? ¿En la mente de qué o quién estaba la idea de que esa evolución diera determinado resultado? Luego; una vez ya formadas, esas estructuras protovitales evolucionaron para formar organismos unicelulares lo cual, requiere como ya se sabe, de complicadísimos procesos de consturcción bioquímica derivados de "informaciones" previamente establecidas en forma de programas, los cuales, sólo pueden ser llevados a buen término con la intervención de algo o alguien que "acomode los dados" para que "caigan como se pretende". Dicen que Einstein dijo que: "Dios no juega a los dados" yo no sé en que contexto o con qué propósito lo dijo pero, bien puede interpretarse en el sentido de que si el echara los dados a la usanza nuestra, él no estaría esperando el resultado fortuito que nosotros recibimos sino que él de alguna manera haría para que el resultado fuera el que él determinara y claro, eso no es jugar a los dados.
Así como el arqueólogo que encuentra una piedra tallada con el propósito de cortar, da por hecho que esxistió un ser humano que lo hizo sin poder precisar las particularidades del individuo, o sea cómo se llamaba o de quíen fue hijo, porque no está a su alcance determinar esos detalles, de la misma manera; cuando vemos el resultado de la vida y del ser humano que somos cada uno de nosotros, debemos dar por hecho que, hay algo superior que de alguna manera ha estado dirigiendo todos esos procesos sin que podamos determinar las particularidades individuales del sujeto que lo hace porque no está eso a nuestro alcance; sólo nos queda claro que, existe y que es en mucho, superior a todo lo imaginado y al llegar a esta conclusión es cuando podemos desahogar gran parte de nuestras angustias al respecto y por lo mismo acercarnos a ese estado de ánimo al que llamamos felicidad, tratando de entender esa "Entidad divina" (como yo me permito llamarle) en muchos sentidos como por ejemplo: ¿qué es lo que la mueve para hacer lo que hace? ¿porqué hace lo que hace? Ya que, es obvio que sea lo que sea, si hace algo es porque de alguna manera necesita hacerlo y si necesita hacerlo, no es eso que suponemos tan perfecto carente de necesidades.
Primero: ¿proqué puso en la esencia de nuestra especie eso que nos hace pensar y dirigir de manera intelectual? ¿Por qué sólo en nuestra especie lo hizo habiendo dado existencia a millares o millones o miles de millones de especies más? Este planeta en el que vivimos, tiene las adecuaciones suficientes para albergar todo este género de formas vitales y aquí se están dando, pero no le hacen falta al planeta porque vemos otros muchos que no tienen esas características pero que además no dan muestras de reclamo alguno para tenerlas.
Dicho todo lo anterior, es como he tratado de dar a entender que el punto culminante que nos puede aproximar un poco a ese estado de ánimo al que llamamos "felicidad"; es ese punto en el que podamos estar concientes de que hay algo que permea el Universo, (quizas el Universo mismo) que de alguna manera ha de acomodar las cosas para que, llegado ese término de lo que llamamos "vida" (refiriéndonos al lapso de tiempo de la existencia de los seres) cuando lleguemos a ese término, deba haber una especie de continuidad que hasta ahora no se nos ha dado a conocer de manera explicita, pero que podemos concebir de manera implícita por los argumentos expuestos en el presente ensayo y por la enormidad de otros más que cada quien puede inferirl.
A continuación me permito transcribir una obra de un filósofo muy connotado: Epicteto.
Esto, a propósito del tema "La Felicidad".
MANUAL DE VIDA
Recuerden que ni las más
encumbradas personas en el campo del conocimiento humano están libres
del “motivo para discutir” sus pensamientos ya que, cada individuo
contiene una forma de pensar derivada de su criterio. Así las cosas,
cuando lean las obras de esas grandes eminencias, recuerden que, son personas
de nuestro mismo género humano y que como tales, también son discutibles
sus ideas por lo que cuando los lean, deben poner especial interés en
aquello en lo que no coincida con su manera de pensar.
Por lo que a mí concierne, encuentro en la lectura siguiente una gran
cantidad de coincidencias con mi forma de pensar si bien, en algunos casos difiero
un poco por lo que me he permitido incrustar con azul lo que corresponde a mi
parecer; por otra parte he resaltado con letra negrita aquello que me ha parecido
de manera especial, muy importante.
EL ARTE DE VIVIR
CONTENIDO
Prólogo 1
Espíritu de Epicteto 3
Manual de vida 6
PROLOGO
Parte de perdurable atractivo
y de la difundida influencia del filósofo griego Epicteto (ca. 55-135
d.C.) es que no se preocupó por hacer una distinción entre los
filósofos profesionales y la gente corriente, sino que ofreció
su mensaje con claridad y celo a todos los que estuviesen interesados en vivir
una vida moralmente despierta.
Sin embargo, Epicteto creía firmemente en la necesidad de entrenarse
para ir refinando gradualmente el carácter y la conducta. El progreso
moral no es el dominio natural de las gentes de alcurnia, ni tampoco algo que
se obtiene por casualidad o por suerte, sino el resultado de trabajar sobre
nosotros mismos, día a día.
Siguiendo el espíritu democrático de la doctrina de Epicteto,
este pequeño volumen sintetiza las ideas principales del gran filósofo
estoico, utilizando un lenguaje y unas imágenes adaptadas a nuestra época.
Con el fin de presentar las enseñanzas de Epicteto de la manera más
directa y provechosa posible, me he permitido hacer una selección, una
interpretación y una improvisación sobre las ideas contenidas
en el Enchiridion y los Discursos, los únicos documentos existentes que
reúnen la filosofía de Epicteto. Mi propósito ha sido comunicar
el espíritu pero no necesariamente la letra, de su doctrina. He consultado
las diferentes traducciones de sus enseñanzas y luego he dado expresión
renovada a lo que creo que él hubiera dicho en la actualidad.
Epicteto comprendió bien la elocuencia de la acción. Exhortó
a sus estudiantes a evitar las argumentaciones meramente ingeniosas y a aplicar
activamente su doctrina a las circunstancias concretas de la vida cotidiana.
Por consiguiente, me he esforzado por expresar el núcleo del pensamiento
de Epicteto de una manera actualizada y provocadora, que inspire a los lectores
no sólo a la contemplación, sino a introducir en su vida esos
pequeños y sucesivos cambios que conducen a la dignidad personal y a
una vida noble.
SHARON LEBELL
El espíritu de Epicteto
¿Cómo puedo vivir una vida feliz, realizada? ¿Como puedo
ser una persona buena? Responder a estas dos preguntas fue la única pasión
de Epicteto, el influyente filósofo estoico nacido en la esclavitud cerca
del año 55 d.C, en Hierápolis, Frigia, en los extremos orientales
del Imperio Romano.
Sus enseñanzas, cuando las despojamos de sus antiguos ornamentos culturales,
poseen una extraordinaria pertinencia para nuestra época. En ocasiones,
su filosofía suena como lo mejor de la psicología contemporánea,
y algo como la “Oración de la serenidad”, que recitan los
alcohólicos y que caracteriza la etapa de la recuperación: “Concededme
la serenidad de aceptar lo que no puedo cambiar, el valor de cambiar lo que
puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”, podría
incluirse sin dificultad en este libro. En efecto, es posible que el pensamiento
de Epicteto sea una de las fuentes de la moderna psicología de la realización
personal, puesto que sus enseñanzas han ejercido una enorme influencia
sobre los principales pensadores del arte de vivir durante casi dos milenios
(aunque su pensamiento es menos conocido hoy en día, debido a la menor
importancia que se le concede a la educación clásica).
No obstante, en algunos aspectos importantes Epicteto es muy tradicional y poco
contemporáneo. Mientras que nuestra sociedad –en la práctica,
si no siempre de manera explícita— considera los logros profesionales,
la riqueza, el poder y la fama como algo deseable y admirable, Epicteto consideraba
tales cosas como algo insignificante y ajeno a la verdadera felicidad. Lo que
importa, en realidad, es en qué tipo de persona nos convertimos, qué
tipo de vida llevamos.
Para Epicteto, una vida feliz y una vida virtuosa son una y la misma cosa. La
felicidad y la realización personal son consecuencias naturales de hacer
lo correcto. A diferencia de muchos filósofos de su tiempo, a Epicteto
le preocupaba menos comprender el mundo, que identificar los pasos específicos
que conducen a la búsqueda de la excelencia moral. Parte de su genio
es el énfasis que pone sobre el progreso moral. Por encima de la perfección
moral. Con una aguda comprensión de la facilidad con la que los seres
humanos nos apartamos de vivir según nuestros más altos principios,
Epicteto exhorta a sus discípulos a considerar la vida filosófica
como una progresión de etapas que se aproxima gradualmente a los más
preciados ideales de cada uno.
Para Epicteto la noción de la vida buena no consiste en seguir una lista
de preceptos, sino más bien en armonizar nuestros actos y deseos con
la naturaleza. Su objetivo no es realizar obras buenas para ganar el favor de
los dioses y la admiración de los demás, sino alcanzar la serenidad
interior y con ella, la libertad personal perdurable. La bondad es una empresa
de iguales oportunidades, disponible para cualquiera en cualquier momento: rico
o pobre, culto o ignorante, y no el dominio exclusivo de los “profesionales
de la espiritualidad”, tales como monjes, santo o ascetas.
Epicteto propuso una concepción de la virtud sencilla, corriente y cotidiana
en su expresión. Privilegió una vida de constante obediencia a
la voluntad divina, por encima de un despliegue extraordinario, conspicuo o
heroico de bondad.
La fórmula de Epicteto para llevar una vida buena, se centra en tres
temas principales: el domino de los deseos, (tema del budismo) el cumplimiento
del deber y el aprendizaje de una clara manera de pensar con relación
a nosotros mismos y a nuestras relaciones dentro de la gran comunidad de la
humanidad.
Aún cuando Epicteto era un brillante maestro de la lógica y el
debate, no hacía ostentación de sus excepcionales habilidades
retóricas. Su actitud era la de un profesor alegre y humilde, que rugía
a sus alumnos a tomar muy en serio el asunto de vivir sabiamente. Epicteto caminaba
durante sus charlas, vivía con modestia en una choza y evitaba todo interés
por la fama, la fortuna y el poder.
Cuando Epicteto era joven, su maestro, Epafrodito, el secretario administrativo
de Nerón, lo llevó a Roma. Desde temprana edad, el joven y promisorio
filósofo manifestó un talento intelectual superior, que impresionó
de tal manera a Epafrodito que lo envió a estudiar con el famoso maestro
estoico Musonio Rufus. Epicteto se convirtió en el más célebre
discípulo de Musonio Rufus, y con el tiempo fue liberado de la esclavitud.
Epicteto enseñó en Roma hasta el año 94, cuando el emperador
Domiciano, amenazado por la creciente influencia de los filósofos, lo
expulsó de la ciudad. Pasó el resto de su vida en Nicópolis,
en la costa noroccidental de Grecia, donde fundó una escuela filosófica
en la que ensañaba como vivir con mayor dignidad y serenidad.
Entre sus más distinguidos discípulos se encuentra el joven Marco
Aurelio Antonimus, quien llegó a gobernar el Imperio Romano y escribió
las famosas Meditaciones, cuyas raíces estoicas se remontan a la doctrina
moral de Epicteto. Epicteto murió alrededor del año 135 en Nicópolis.
Invitación a este manual.
Epicteto no dejó
una obra escrita. Por fortuna, los principales puntos de su filosofía
fueron preservados para la posteridad por su discípulo el historiador
Flavio Arriano, quien trascribió con enorme dedicación un gran
número de las enseñanzas de su maestro para un amigo. Estas conferencias,
conocidas como Discursos (o Diatribas), fueron reunidas inicialmente en ocho
libros, de los cuales sólo se conservan cuatro.
El Manual (o Enchiridion) de Epicteto es un expresivo conjunto de extractos
seleccionados de los Discursos que conforma una concisa síntesis de las
enseñanzas esenciales de Epicteto. Fue calcado toscamente de los manuales
militares de la época, y por eso comparte con ellos algo de la directa
sencillez de clásicos como El arte de la guerra. (Los soldados llevaban
consigo el Manual incluso en las batallas) Durante siglos y en diversas culturas,
líderes mundiales: Generales y gente del común han confiado por
igual en el Manual como su principal guía hacia la serenidad personal
y la orientación moral, en medio de las grandes pruebas de la vida.
MANUAL DE VIDA
Distingue entre lo que
puedas controlar y lo que no puedas controlar
Sócrates decía “Conócete a ti mismo”
La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio:
algunas cosas se encuentran bajo nuestro control y otras no. Sólo cuando
enfrentamos esta regla fundamental y aprendemos a distinguir entre lo que podemos
controlar y lo que escapa a nuestro control, es posible la serenidad interior
y la eficacia externa.
Bajo nuestro control están nuestras opiniones, aspiraciones, deseos y
lo que nos repugna. Tales ámbitos nos incumben, pues están directamente
sometidos a nuestra influencia. Siempre podemos elegir el contenido y el carácter
de nuestra vida interior.
Sin embargo, fuera de nuestro control están cosas tales como el tipo
de cuerpo que tenemos, si nacemos en la abundancia o hacemos fortuna, la opinión
que los demás tienen de nosotros y nuestra posición en la sociedad.
Debemos recordar que todo esto es externo y por lo tanto, no debe preocuparnos.
Tratar de controlarlo o cambiarlo sólo produce tormento.
Recordemos: las cosas que están dentro de nuestras posibilidades se encuentran
naturalmente a nuestra disposición, libres de toda restricción
u obstáculo; pero aquellas que están fuera de nuestro alcance
son débiles, dependientes o determinadas por los caprichos y acciones
de otros. Recordemos, también, que si creemos que tenemos poder sobre
cosas que naturalmente se encuentran más allá de nuestro control,
o si intentamos asumir los asuntos de los demás como propios, nuestros
esfuerzos serán desviados y nos convertiremos en personas frustradas,
ansiosas y criticonas.
Limítate a tus propios asuntos
No te afanes por resolver los problemas de otros
Debemos mantener nuestra atención centrada por entero en lo que realmente
nos concierne, y tener claridad acerca de que lo que pertenece a otros no es
asunto nuestro. Si lo hacemos, no estaremos sujetos a la coerción y nadie
podrá detenernos. Seremos verdaderamente libres y eficaces, pues nuestros
esfuerzos serán aprovechados y no tontamente desperdiciados en criticar
u oponernos a otros.
Si conocemos y nos ocupamos de lo que en realidad nos concierne, nadie podrá
obligarnos a hacer algo contra nuestra voluntad; los demás no podrán
herirnos, no tendremos enemigos ni sufriremos daño.
Si ambicionamos vivir según estos principios, debemos recordar que no
será fácil: será preciso renunciar a algunas cosas y posponer
otras. Quizás sea necesario privarnos de la riqueza y el poder para asegurarnos
de obtener la felicidad y la libertad.
En esto difiere Antonio Plaza cuando en unos de sus versos dice:
¿Os place ser libres? ¡Bravo!
Procurad que el oro sobre,
Porque nunca es libre el pobre
Y nunca el rico es esclavo.
Yo creo que los dos estaban
en su razón porque ni Epicteto dice qué tanto nos hemos de privar de
la riqueza ni Antonio Plaza dice qué tanto debe sobrar el oro y en la
justa valoración de esas diferencias está el vivir contentos porque
“el dinero debe ser lo mismo que el dinero” es decir: ni más
ni menos. Por eso yo siempre he dicho: “Si no consigues tener un poco
más de lo que pueda consolarte; consigue consolarte con un poco menos
de lo que puedas tener”.
Reconoce las apariencias por lo que son
En lo sucesivo, frente a todo lo que parezca desagradable, repitamos: “Eres
sólo una apariencia y no lo que aparentas ser” (analicemos meticulosamente
porque, en veces las cosas sí son lo que parecen ser) y luego consideremos
a cabalidad el asunto según los principios que acabamos de enunciar,
básicamente; ¿Se refiere esta apariencia a las cosas que están
bajo mi control o a las que no lo están? Si se trata de algo que no está
bajo nuestro control, aprendamos a no preocuparnos por ello.
El deseo exige su propia satisfacción
Nuestros deseos y aversiones son impetuosos soberanos. Exigen ser satisfechos.
El deseo nos ordena correr y obtener lo que deseamos. La aversión nos
urge a evitar lo que nos repugna.
Cuando no obtenemos lo que deseamos, por lo general nos sentimos desencantados;
y cuando obtenemos lo que no deseamos (lo que nos repugna), nos sentimos desdichados.
Si, por consiguiente, evitamos sólo aquellas cosas indeseables que son
contrarias a nuestro bienestar natural y se encuentran bajo nuestro control,
nunca obtendremos algo que no deseamos. No obstante, si intentamos evitar cosas
comúnmente ineludibles –tales como enfermedad, muerte o el infortunio—
sobre las cuales no poseemos un control real, sufriremos y haremos sufrir a
quienes nos rodean.
El deseo y la aversión, aun cuando poderosos, son sólo hábitos,
y podemos entrenarnos (por medio de la Templanza) para tener mejores hábitos.
Controlemos el hábito de sentir repugnancia por todo lo que no está
en nuestro poder, y concentrémonos más bien en combatir aquellas
cosas que podemos controlar y que no nos convienen.
Hagamos lo posible por refrenar el deseo, pues si deseamos algo que no se encuentra
bajo nuestro control, seguramente vendrá el desencanto; y entre tanto,
estaremos descuidando aquellas cosas que si podemos controlar y son dignas de
ser deseadas.
Desde luego, habrá momentos en los cuales, por razones prácticas,
debemos buscar una cosa y evadir otra; pero es preciso hacerlo con gracia, delicadeza
y flexibilidad.
En veces existe duda en cuanto a que tengamos capacidad de control o no, sobre
lo que deseamos para obtenerlo; o sobre lo que nos repugna, para evitarlo, y
en el esclarecimiento de dicha duda estriba la primera labor que debemos afrontar
antes de comprometernos a otra cosa.
Debemos hacer un análisis profundo y concienzudo de nuestros recursos y capacidades antes de perseguir aquello que deseamos para tener entereza por lo menos, del margen de posibilidades que nos asiste.
Tratemos de alcanzar las cosas que son dignas de ser deseadas y que se encuentran
dentro de lo que podemos controlar y tratemos de evitar sólo lo indeseable
y que podamos evitar.
Observa las cosas como son en realidad.
En esta capacidad de observancia, tanto de nuestras capacidades como de la realidad de las cosas; radica la clave para tener éxito en nuestras pretenciones. ¿Qué cosa es digna de ser perseguida y qué cosa es merecedora de nuestro repudio? ¿Realmente tienen las cosas que deseamos o que rechazamos, el valor que les estamos asignando?
Las circunstancias no se adecuan a nuestras expectativas. Los sucesos ocurren
simplemente como ocurren, y las personas se comportan tal como son. Abracemos
lo que en realidad tenemos.
Abramos los ojos: veamos las cosas como son realmente, y así nos evitaremos
el dolor de los falsos apegos y una devastación gratuita.
Pensemos en las cosas que nos causan deleite –las herramientas de las
que dependemos, la gente por quien sentimos afecto—. Pero recordemos que
todos ellos tienen su propio carácter, el cual es muy diferente de la
forma como los vemos.
A manera de ejercicio, pensemos en las cosas más pequeñas a las
que estamos apegados. Supongamos, por ejemplo, que tenemos una taza predilecta.
Después de todo, es sólo una taza, y si se rompiera, podríamos
soportarlo. Prosigamos de esta manera hasta llegar a las cosas –o las
personas— hacia las cuales nuestros sentimientos y pensamientos se afierran
con mayor intensidad.
Recordemos, por ejemplo, que cuando abrazamos a nuestro hijo, nuestro esposo
o esposa, estamos abrazando a un mortal. Así, si alguno de ellos hubiere
de morir, lo soportaríamos con serenidad.
Cuando algo ocurre, lo único que está en nuestro poder es nuestra
actitud hacia ese suceso; podemos aceptarlo o rechazarlo.
Lo que realmente nos atemoriza y desconsuela no son los acontecimientos en sí
mismos, sino la forma como pensamos en ellos. No son las cosas las que nos perturban,
sino la forma como interpretamos su importancia.
¡Dejemos de atemorizarnos con nociones impulsivas, con nuestras reacciones
e impresiones sobre la forma como son las cosas!
Las cosas y las personas no son (yo diría: pueden no ser) lo que deseamos
que sean ni lo que aparentan ser; son (siempre) lo que son.
Armoniza tus acciones con la vida como realmente es.
No intentemos inventar nuestras propias reglas. Comportémonos en toda
ocasión –grandiosa y pública, o insignificante y doméstica—
según las leyes de la naturaleza. Armonizar nuestra voluntad con la naturaleza debe ser nuestro máximo ideal.
¿Dónde practicamos este ideal? En los detalles de nuestra vida
cotidiana, con sus tareas y deberes particulares. Cuando llevemos a cabo estas
tareas –tales como tomar un baño– hagámoslo en cuanto
nos sea posible, en armonía con la naturaleza. Cuando comamos, hagámoslo
en cuanto nos se posible, en armonía con la naturaleza, y así
sucesivamente.
No es tan importante lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. (Yo difiero un poco al respecto y digo que: debemos atender a la importancia tanto de las cosas que hacemos como a la manera como las hagamos). Cuando comprendamos
a cabalidad este principio y vivamos de acuerdo con él, aun cuando surjan
dificultades –pues éstas también son parte del orden divino–
será posible mantener la paz interior.
Ya Epicteto hace alusión a un “orden divino” de una manera
similar a lo que yo considero “Ley del Intelecto Universal” o en
otras corrientes se considera como “Dios”
Los acontecimientos no te lastiman, pero tu percepción de ellos sí puede hacerlo.
las cosas en sí no nos lastiman ni entorpecen nuestra vida. Tampoco los
demás lo hacen. Pero la forma como los percibimos es otro asunto; son
nuestras actitudes y reacciones las que nos causan problemas.
Yo creo que no se debe en algunos casos hablar en términos universales
principalmente en aquellos casos donde puede haber excepciones ya que: en el
caso aludido, todo depende de lo que se entienda por “lastimar”;
porque cuando nos cae una roca en el pie, Epicteto podría decir que no
nos lastima la roca en sí, sino que, es el dolor que percibimos por el
impacto de la roca, lo que nos lastima. Pero, si “lastimar” es:
causar dolor o daño y si la causa del dolor es el impacto de la roca
al caer sobre nuestro pie, entonces sí es la roca la que nos lastimó. O si alguien arrojó la roca con la intensión de que diera en nuestro pie, entonces esa persona es activamente el causante del dolor y la roca es el "agente pasivo" . Es muy cierto que si por alguna razón nuestra percepción del dolor es anulada, entonces no habría dolor y bajo este criterio sí es nuestra capacidad de sentir el dolor la causa "inmediata" del dolor, sin dejar de considerar la causa activa y el medio pasivo.
Por tanto, incluso la muerte pierde su importancia considerada en sí
misma. Es nuestra idea de la muerte, la idea de que ella es algo terrible, la
que nos aterroriza. Hay muchas formas diferentes de concebir la muerte. Examinemos
nuestras ideas acerca de la muerte –y de lo demás—. ¿Son
realmente verdaderas? ¿Nos hacen algún bien? No temamos a la muerte
ni al dolor; temamos al miedo de la muerte y del dolor.
No podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir
la forma como respondemos a ellas.
Que no haya vergüenza,
ni culpa
Si son nuestros sentimientos acerca de las cosas los que nos atormentan, y no
las cosas mismas, se entiende que culpar a los demás es una tontería.
Por esta razón, nunca culpemos a los demás sino a nuestras propias
actitudes.
La gente mezquina por lo general reprocha a los demás por sus infortunios.
La gente corriente se reprocha a sí misma. (el sabio no reprocha) Quienes viven su vida con
sabiduría comprenden que la tendencia a culpar a algo o a alguien es
una tontería; que nada se gana con echarle la culpa a los demás
o a nosotros mismos.
Uno de los signos del alborear del progreso moral es la gradual extinción
de la culpa; vemos la futilidad de acusar a los demás. Cuanto más
examinamos nuestras actitudes y trabajamos sobre nosotros mismos, menos susceptibles
somos de dejarnos arrastrar por reacciones emocionales tomentosas, en las que
buscamos explicaciones sencillas para acontecimientos imprevistos.
Las cosas son sólo lo que son. Los demás piensan lo que piensan;
esto no es de nuestra incumbencia. Que no haya vergüenza. Que no haya culpa.
Crea tu propio mérito.
Nunca dependamos de la admiración de los demás; no hay fuerza
en ella. El mérito personal no puede provenir de una fuente externa;
no debemos buscarlo en nuestras relaciones personales, y tampoco en la consideración
de los demás. Es un hecho de la vida que las otras personas, incluso
aquellas que nos aman, no necesariamente coincidirán con nuestras ideas, nos comprenderán o compartirán nuestros entusiasmos. ¡maduremos!
¿A quién le importa lo que piensen los demás? Creemos (de
crear) nuestro propio mérito.
El mérito personal no puede lograrse a través de nuestras relaciones
con personas que han logrado la excelencia. A cada uno le ha sido asignada su
propia tarea. Dediquémonos a ella ahora mismo, hagámosla de la
mejor manera posible, y no nos preocupemos por quién nos observa.
Realicemos nuestro propio trabajo útil sin prestar atención al
respeto o a la admiración que nuestros esfuerzos puedan despertar en
los demás. El mérito indirecto no existe.
Los triunfos y las excelencias de los demás les pertenecen a ellos. De
igual manera, nuestras posesiones pueden ser magníficas, pero a nosotros
no nos corresponde ningún mérito por ellas.
Pensemos en esto: ¿Qué nos pertenece en realidad? El uso que hacemos
de las ideas, de los recursos y de las oportunidades que pasan por nuestro camino.
¿Tenemos libros? Leámoslos. Aprendamos de ellos ¿Tenemos
un conocimiento especializado? Usémoslo a cabalidad y para el mejor fin
posible. ¿Tenemos herramientas? Construyamos o reparemos algo con ellas.
¿Tenemos una buena idea? Sigámosla y llevémosla a término.
Hagamos el mejor uso de lo que tenemos, de lo que en realidad nos pertenece.
Cuando hayamos armonizado nuestras acciones con la naturaleza, a través
del reconocimiento de lo que en realidad nos pertenece, podremos sentirnos justificadamente
tranquilos y contentos con nosotros mismos.
En realidad si no hacemos uso de lo que se dice que tenemos, es como si no tuviéramos
eso que se dice que tenemos.
Concéntrate en tu deber principal.
Hay un tiempo y un lugar para la diversión y el esparcimiento, pero nunca
debemos permitir que ellos invalidan nuestros verdaderos propósitos.
Si estuviésemos en un viaje y el barco anclara en un puerto, podríamos
ir a la playa por agua y hallar una concha o una planta. Pero debemos ser cuidadosos;
estemos atentos al llamado del capitán. Mantengamos nuestra atención
puesta en el barco; distraernos con nimiedades es lo más sencillo del
mundo. Si el capitán nos llama, debemos estar dispuestos a abandonar
estas distracciones y acudir de inmediato, sin siquiera mirar atrás.
Si somos ancianos, no nos alejemos mucho del barco porque podríamos no
alcanzar a llegar a tiempo cuando se nos llame.
Acepta con serenidad
los sucesos tal como ocurren
si no está en tu poder hacerlos a tu conveniencia.
No pidamos que las cosas ocurran como deseamos. pongamos empeño para
que ocurran como queramos y si no podemos; Aceptemos los acontecimientos como
suceden en realidad. Así conseguiremos la paz.
Tu voluntad está siempre en tu poder.
Nada nos detiene en realidad. Nada nos impide avanzar, porque nuestra voluntad
está siempre bajo nuestro control. La enfermedad puede amenazar nuestro
cuerpo; pero, ¿Somos sólo nuestro cuerpo?
La avidez puede paralizar nuestras piernas; pero no somos sólo nuestras
piernas. Nuestra voluntad es más grande que nuestras piernas. No es preciso
que nuestra voluntad se vea afectada por un incidente, a menos que dejemos que
eso pase. Recordemos esto cada vez que nos ocurra algo.
Aprovecha a cabalidad
todo lo que te ocurra.
Cada dificultad de la vida nos ofrece una oportunidad para mirar en nuestro
interior e invocar nuestros recursos internos. Las tribulaciones que soportamos
pueden y deben darnos a conocer nuestras fortalezas.
Las personas prudentes ven más allá del incidente mismo, y buscan
desarrollar el hábito de sacar el mejor proveo de cada incidente.
Con ocasión de un acontecimiento accidental, no reaccionemos de forma
caprichosa; mirémonos hacia adentro y preguntémonos, con qué
recursos contamos para manejarlo. Cavemos profundamente; todos poseemos fortalezas
de las que quizás no seamos conscientes. Encontremos la más apropiada
y usémosla.
Si encontramos una persona atractiva, el autocontrol es la fortaleza requerida;
si encontramos dolor o debilidad, requerimos resistencia; si es una injuria
verbal, paciencia.
A medida que el tiempo trascurra y nosotros desarrollemos el hábito de
contraponer el recurso interior apropiado a cada incidente, diminuirá
la tendencia a dejarnos llevar por las apariencias de la vida, y dejaremos de
sentirnos abrumados la mayor parte del tiempo.
Cuida lo que tienes en este momento; o por lo menos lo que "consideres" tener; no se debe cuidar lo que no se tiene porque no se puede perder lo que nunca se ha tenido. Lo que parece que nos pertenece, sólo lo tenemos de prestado...
No hay nada que perder.
En realidad, nada puede sernos arrebatado; no hay nada que perder. La paz interior
comienza cuando dejamos de decir: “He perdido esto o aquello”, y
decimos más bien: “Esto o aquello ha sido devuelto al lugar de
donde vino”. ¿Ha muerto nuestro hijo? Él ha regresado al
lugar de donde vino. ¿Ha muerto nuestro esposo o esposa? Él o
ella ha regresado al lugar de donde vino. Nuestras posesiones y pertenencias
nos han sido arrebatadas? Ellas también han regresado al lugar de donde
vinieron.
Quizás estemos molestos porque una mala persona se ha apoderado de nuestras
pertenencias. Pero, ¿Por qué debiera preocuparnos quien regresa
nuestras cosas al mundo que nos las dio?
Lo importante es cuidar bien lo que tenemos mientras el mundo nos permite tenerlo, así como el viajero cuida su habitación en un hostal.
La vida buena es la vida
de la seguridad interior.
El signo más seguro de una vida sabia es la serenidad. El progreso moral
tiene como resultado la liberación de la agitación interior; podemos
dejar de inquietarnos por eso y aquello.
Si buscamos una vida superior, debemos evitar caer en patrones de pensamiento
tales como: “Si no me esfuerzo más en el trabajo, nunca tendré
una vida decente, nadie me reconocerá y seré un don nadie”, o bien: “Si no critico a mi empleado, él se aprovechará
de mí”.
Es mejor morir de hambre, libre de pena y temor, que vivir en la opulencia,
aquejado por la preocupación, el miedo, la sospecha y el deseo desenfrenado.
Comencemos de inmediato un programa de autodominio. Pero comencemos modestamente,
con los pequeños detalles que nos molestan. ¿Dejó caer
algo nuestro hijo? ¿Extraviamos nuestra billetera? Digámonos:
“Soportar con tranquilidad este inconveniente es el precio que pago por
mi serenidad interior, por estar libre de perturbaciones; no es posible obtener
algo por nada”.
Cuando llamamos a nuestro hijo, debemos estar preparados para que no nos responda;
y si lo hace, quizás no desee hacer lo que queremos que haga. Bajo estas
circunstancias, de nada le sirve a nuestro hijo que nos enojemos. No debiera
estar en su poder causarnos ninguna perturbación.
No prestes atención a las cosas
que no te conciernen.
(agua que no has de beber, déjala correr)
el progreso espiritual requiere que fijemos nuestra atención sobre lo
esencial e ignoremos todo lo demás como empeños triviales que
no merecen nuestra atención. Más aún, es bueno en realidad
que nos crean tontos y simples en relación a aquellos asuntos que no
nos conciernen. No deben preocuparnos las impresiones que los demás tengan
de nosotros; ellos están deslumbrados y engañados por las apariencias.
Permanezcamos fieles a nuestro propósito; sólo esto fortalecerá
nuestra voluntad y dará coherencia a nuestra vida.
No intentemos obtener la aprobación y admiración de los demás. Nosotros elegimos un camino superior. Tampoco anhelemos que nos consideren sofisticados,
originales o sabios. Más bien, alertémonos cuando aparezcamos
ante los demás como personas excepcionales. Estemos en guardia contra
un falso sentimiento de importancia.
Mantener nuestros deseos en armonía con la verdad y preocuparnos por
lo que está más allá de nuestro control, son dos cosas
mutuamente excluyentes. Mientras estemos absortos en una, ignoremos la otra.
Ajusta tus deseos y expectativas
a la realidad.
para bien o para mal, la vida y la naturaleza están gobernadas por leyes
que no podemos cambiar. Cuando más pronto aceptemos esto, más
tranquilos estaremos. Sería tonto esperar que nuestros hijos o compañeros
vivieran para siempre; ellos son mortales, como lo somos nosotros, y la ley
de la mortalidad está completamente fuera de nuestras manos.
Análogamente, sería tonto desear que un empleado, familiar o amigo
careciera de defectos. Esto equivale a desear controlar cosas que no se encuentran
dentro de nuestras posibilidades.
Bajo nuestro control está la posibilidad de no sentirnos desilusionados
por nuestros deseos, si los manejamos de acuerdo con los hechos en lugar de
dejarnos llevar por ellos.
En última instancia, somos controlados por aquello que concede o niega
lo que buscamos o evitamos. Si es libertad lo que buscamos, no debemos desear
o rehuir nada que dependa de otros; de lo contrario, siempre seremos importantes
esclavos.
Debemos comprender qué es realmente la libertad y cómo se obtiene.
La libertad no es el derecho o la capacidad para hacer lo que nos venga en gana.
La libertad surge de la comprensión de los límites de nuestro
poder y los límites naturales establecidos por la divina providencia
(para ejercerlo) yo diría para no parecer religioso: "por las leyes de la naturaleza". Al aceptar los límites de la vida y sus aspectos inevitables,
y al trabajar con ellos en lugar de luchar contra ellos, nos liberamos. Si por
otra parte, sucumbimos a nuestros efímeros deseos por cosas que no se
encuentran bajo nuestro control, perdemos la libertad.
Acércate a la vida
como si fuese un banquete.
pensemos en nuestra vida como si fuese un banquete en el que nos comportaríamos
con elegancia. Cuando se nos ofrezca un plato, extendamos la mano y sirvámonos
una porción moderada. Si una bandeja pasa de largo por nuestro lado,
disfrutemos de lo que ya tenemos en nuestro plato. Y si aún no se nos
ha ofrecido nada, aguardemos con paciencia nuestro turno.
Extendamos esta actitud de cortés compostura y gratitud a nuestros hijos,
esposos, carrera y finanzas. No es necesario anhelar, envidiar y arrebatar;
recibiremos nuestra justa porción cuando sea el momento.
Diógenes y Heráclito fueron impecables modelos de la vida según
estos principios y no según sus impulsos instintivos. Debemos proponernos
imitar su valioso ejemplo.
Evita adoptar las opiniones
negativas de los demás.
las ideas y los problemas de los demás pueden ser contagiosos. No nos
abrumemos adoptando involuntariamente actitudes negativas e improductivas a
través de nuestra relación con otras personas.
Si encontramos a un amigo abatido, a un pariente en duelo o a un colega que
ha sufrido un súbito revés de fortuna, cuidemos de no afligirnos
por el aparente infortunio. Recordemos que debemos distinguir entre los acontecimientos
y la interpretación que hacemos de ellos. Recordemos. “Lo que hiere
a esta persona no es el acontecimiento en sí mismo, pues otra persona
podría no sentirse oprimida por esta situación en absoluto. Lo
que le duele a esta persona es la respuesta que ella ha adoptado ciegamente”.
No es una demostración de amabilidad o amistad hacia las personas por
quienes sentimos afecto, apoyarlas para que se complazcan en sentimientos obstinados
y negativos. Nos ayudamos más nosotros mismos y a los demás si
permanecemos distantes y evitamos las reacciones melodramáticas.
Mas si conversamos con alguien que está deprimido, herido o frustrado,
seamos amables y escuchémoslo con simpatía; sólo cuidémonos
de no dejarnos llevar por su abatimiento.
Representa siempre bien el papel
que se te ha asignado.
Somos como actores en una obra de teatro. La voluntad divina (yo diría "Natura") nos ha asignado
nuestros papeles en la vida sin consultarnos. Algunos actuaremos en un drama
corto, otros en uno largo. Es posible que se nos haya asignado el papel de una
persona pobre, de un inválido, de una celebridad o el de un ciudadano
común.
Aun cuando no podemos controlar qué papeles nos son asignados, debe ser
nuestra responsabilidad actuarlos de la mejor manera posible y abstenernos de
quejarnos de ellos. Donde quiera que estemos y cualquiera que sean las circunstancias,
ofrezcamos una actuación impecable.
Si estamos destinados a ser lectores, leamos; si ser escritores, escribamos.
Todo ocurre por una buena razón.
Nos convertimos en aquello que pensamos. Debemos evitar conferir supersticiosamente
a los acontecimientos un poder o un significado del que carecen; preservemos
la serenidad. Nuestra mente está siempre sacando distintas conclusiones,
fabricando e interpretando signos que no existen.
Supongamos, más bien que todo lo que nos ocurre es para algo bueno. Que
si decidimos ser afortunados, lo seremos. Todos los acontecimientos contienen
alguna ventaja para nosotros, si la buscamos.
La felicidad sólo puede ser
hallada en el interior.
la libertad es la única meta valiosa en la vida. Se obtiene cuando hacemos
caso omiso de aquellas cosas que están más allá de nuestro
control. No podemos tener un corazón alegre si nuestra mente es un lastimoso
caldero de temores y ambiciones.
¿Deseamos ser invencibles? Entonces no combatamos aquello sobre lo que
no poseemos verdadero control. Nuestra felicidad depende de tres cosas que están,
todas, en nuestro poder: nuestra voluntad, nuestras ideas acerca de los acontecimientos
en los que nos vemos involucrados y el uso que hacemos de nuestras ideas.
La felicidad auténtica siempre es independiente de las condiciones externas.
Practiquemos con celo la indiferencia hacia las condiciones externas; la felicidad
sólo puede ser hallada en nuestro interior.
Con cuánta facilidad nos dejamos deslumbrar y engañar por la elocuencia,
la posición, los títulos, los honores, las posesiones sofisticadas,
los trajes costosos o un comportamiento refinado. No cometamos el error de suponer
que las celebridades, las figuras públicas, los líderes políticos,
las personas adineradas o aquellas que poseen un gran talento intelectual o
artístico son necesariamente felices. Hacerlo equivale a dejarnos aturdir
por las apariencias y esto sólo hará que dudemos de nosotros mismos.
Recordemos: la verdadera esencia del bien se encuentra únicamente en
las cosas que están bajo nuestro control. Si mantenemos esto en mente,
no nos sentiremos falsamente envidiosos o desdichados, comparándonos
lastimosamente nosotros mismos y nuestras realizaciones con las de los demás.
Dejemos de aspirar a ser alguien diferente de lo mejor que podamos ser; pues
esto sí se encuentra en nuestro poder.
Nadie puede herirte.
Los demás no tienen el poder de herirnos. Incluso si alguien nos injuria
o nos golpea, o si nos insultan, siempre es nuestra elección considerar
lo que sucede como ofensivo o no. Si alguien nos irrita, es sólo nuestra
propia respuesta lo que nos irrita. Por consiguiente, cuando alguien parezca
provocarnos, recordemos que es sólo nuestro juicio del incidente lo que
nos provoca. No permitamos que nuestras emociones se enciendan por meras apariencias.
Tratemos de no reaccionar en el momento. Tomemos distancia de la situación.
Adoptemos una visión más amplia; serenémonos. (como se dice: "contemos hasta diez")
El progreso espiritual se logra a través
de la confrontación con la muerte
y las calamidades.
En lugar de desviar los ojos de los acontecimientos dolorosos de la vida, mirémoslos
de frente y contemplémoslos a menudo. Al enfrentar las realidades de
la muerte, la invalidez, la pérdida y el desencanto, nos liberamos de
las ilusiones y las falsas esperanzas, y evitamos pensamientos tristes y envidiosos.
Inculca en tu mente los ideales
que debieras desear.
apeguémonos a aquello que es espiritualmente superior, con independencia
de lo que los demás piensen o hagan. Aferrémonos a nuestras verdaderas
aspiraciones, independientemente de lo que suceda a nuestro alrededor.
Quienes busquen vivir con
sabiduría serán ridiculizados.
Quienes persigan una vida superior y sabia, quienes busquen vivir de acuerdo
con principios espirituales, deben estar preparados para ser objeto de burla
y reprobación. (busquemos vivir con sabiduría pese a las burlas e infamias)
Muchas personas que han abandonado progresivamente sus normas personales en
un esfuerzo por obtener la aprobación social y las comodidades de la
vida, resisten amargamente a aquellas de inclinación filosófica
que rehúsan negociar sus ideales espirituales y buscan mejorarse a sí
mismas. Nunca vivamos en reacción a estas pobres almas. Seamos compasivos
con ellas y al mismo tiempo, aferrémonos a lo que sabemos que es bueno.
Cuando iniciemos nuestro programa de progreso espiritual, lo más probable
será que quienes nos rodean se mofen de nosotros y nos acusen de arrogancia. Es nuestra tarea comportarnos con humildad y seguir con disciplina nuestros
ideales morales. Aferrémonos a lo que sabemos en nuestro corazón
que es lo mejor. Luego, si somos firmes, las mismas personas que no ridiculizaron
llegarán a admirarnos. (y si no, eso era algo que no nos hace falta)
Pero si permitimos que las opiniones mezquinas de los demás nos hagan
vacilar en nuestros propósitos, incurriremos en una doble vergüenza.
Buscar agradar a los demás
es un trampa peligrosa.
Cuando tratemos de agradar siempre a los demás, nos desorientamos buscando
lo que se encuentra más allá de nuestro ámbito de influencia.
Al hacerlo, perdemos el control del propósito de nuestra vida.
Contentémonos con ser amantes de la sabiduría y buscadores de
la verdad. Regresemos una y otra vez a lo que es esencial y valioso.
No intentemos aparecer como sabios ante los demás.
Si deseamos vivir con sabiduría, vivamos la vida de acuerdo con nuestros
propios principios y para nosotros mismos.
El carácter es más importante que la reputación.
La preocupación y el temor son una pérdida de tiempo y no constituyen
un buen ejemplo para los demás. Esto resulta especialmente verdadero
en lo que concierne a nuestra reputación e influencia. ¿Por qué
preocuparnos por cosas tales como saber si obtendremos reconocimiento público
en nuestra profesión o dentro de nuestra comunidad? ¿O si obtendremos
los emolumentos que otros obtienen?
No permitamos que preocupaciones como: “La gente no piensa bien de mí,
soy un don nadie” nos incomoden. Incluso si nuestra reputación
tuviese importancia, no somos responsables por lo que los demás piensan
de nosotros ¿Qué diferencia implica para nuestro carácter
y bienestar, el tener una posición de poder o ser invitado a elegantes
fiestas? Ninguna en absoluto. ¿Cómo puede haber entonces, descrédito
en no ser una persona importante o famosa? Y ¿Por qué debiera
preocuparnos el ser un don nadie si lo que importa es ser alguien en aquellos
ámbitos de nuestra vida en los cuales tenemos el control y podemos marcar
una real diferencia?
“pero sin poder y reputación, no podré ayudar a mis amigos”,
podríamos responder. Es cierto que no podremos darle acceso al dinero
o al poder; pero, ¿quién espera que este tipo de ayuda esté
en nuestras manos y no en las de otros? ¿De quién puede esperarse
que dé lo que no posee? “No obstante, sería maravilloso
tener dinero y poder para compartirlos con mis amigo”. Si puedo ser rico
y poderoso, y conservar a la vez mi honor, la fidelidad a mi familia, a mis
amigos y a mis principios, y el respeto de mí mismo, muéstrenme
cómo se hace y lo haré. Pero si debo sacrificar mi integridad
personal, es estúpido y tonto que me insistan. Por lo demás, si
tuviésemos que optar entre tener cierta cantidad de dinero y tener un
amigo fiel y honorable, ¿qué elegiríamos? Es mejor que
nos ayuden a convertirnos en personas buenas, y que no nos conduzcan a hacer
cosas que pongan en peligro nuestra buena disposición.
“Y ¿qué hay de mis obligaciones para con mi país?”
¿Qué significa eso? Si estamos hablando de hacer maravillosas
donaciones de caridad o de construir elegantes edificio. ¿Tiene eso realmente
importancia? Un herrero no hace zapatos y un zapatero no fabrica armas. Basta
con que todos hagamos lo que debemos hacer. “¿Y si alguien hiciera
lo mismo que yo?” Eso está bien, y no resta ningún valor
a la contribución de cada uno. “¿Y mi posición en
la sociedad?” Podemos preguntarnos. Cualquier posición que podamos
tener mientras mantengamos el honor y la lealtad a nuestras obligaciones está
bien. Pero si nuestro deseo de contribuir a la sociedad compromete nuestra responsabilidad
moral, ¿cómo habríamos de servir a nuestros conciudadanos
si nos hemos convertido en personas irresponsables y desvergonzadas?
Es mejor se buenos y cumplir con nuestras obligaciones, que tener renombre y
poder.
Toda ventaja tiene su precio
¿Hay alguien que disfrute de un privilegio, una oportunidad o un honor
que deseamos? Si la ventaja que esta persona ha obtenido es buena, alegrémonos
del hecho de que ella esté gozando de tal ventaja; es su momento de prosperidad.
Y si la ventaja es mala, no nos preocupemos por no poseerla.
Recordemos; nunca obtendremos las mismas ventajas que los demás si no
utilizamos lo mismos métodos ni invertimos el mismo tiempo que ellos
han invertido. No es razonable creer que obtendremos recompensas sin estar dispuestos
a pagar su precio real. La persona que nos “gana” en algo no posee
una verdadera ventaja sobre nosotros, pues ella tuvo que pagar el precio de
esa recompensa.
Siempre podemos decidir si deseamos pagar el precio por las recompensas de la
vida. Y a menudo es mejor no hacerlo, pues podemos pagar con nuestra integridad.
Podríamos ser obligados a alabar a alguien a quien no respetamos.
Adopta la voluntad de la
naturaleza como tu voluntad.
Conozcamos la voluntad de la naturaleza. Estudiémosla, escuchémosla
y hagámosla nuestra.
La voluntad de la naturaleza se nos revela a través de experiencias cotidianas.
Si, por ejemplo, el hijo de vecino rompe una taza, decimos: “Esas cosas
pasan”. Cuando es nuestra taza la que se rompe, debiéramos responder
de esa misma forma.
Ampliemos esta noción a asuntos de mayor importancia emocional y mayor
trascendencia. ¡Ha muerto un ser querido de otra persona? Bajo estas circunstancias,
nadie dejaría de decir. “Ése es el ciclo de la vida. La
muerte acaece. Algunas cosas son inevitables”.
Pero si alguien muy querido para nosotros muere, tendemos a exclamar. “¡Pobre
de mí! ¡Cuán infeliz me siento!”.
Recordemos cómo nos sentimos cuando escuchamos lo mismo con respecto
a otra persona, Traslademos ese sentimiento a nuestras circunstancias actuales.
Aprendamos a aceptar los acontecimientos, incluso la muerte, con inteligencia
El dominio de ti mismo es la meta que la voluntad
divina desea que alcances.
El mal no habita naturalmente en el mundo, en las cosas o en la gente. El mal
es un producto secundario del olvido, la desidia o la distracción; aparece
cuando perdemos de vista nuestra verdadera meta en la vida.
Cuando recordamos que nuestra meta es el progreso espiritual. Volvemos a esforzarnos
por ser lo mejor que podemos ser. Así es como se obtiene la felicidad.
Atesora tu voluntad, valora
tu razón,
afiérrate a tus objetivos.
No renunciemos a nuestra voluntad. Si alguien quisiera regalar tranquilamente
nuestro cuerpo a cualquier transeúnte, esto –naturalmente—
nos enfurecería. Entonces, ¿por qué no nos avergonzamos
de entregar nuestra preciosa voluntad a cualquier persona que pueda querer influenciarnos?
Pensemos dos veces antes de entregarle nuestro espíritu a alguien que
pueda llegar a injuriarnos y dejarnos confundidos y alterados.
Considera primero cada situación,
después sus consecuencias, y luego actúa.
Cultivemos el hábito de examinar y someter a prueba cada posible acción
antes de emprenderla. Antes de proceder, retrocedamos y contemplemos el cuadro
total, para no obrar precipitadamente movidos por el impulso. Determinemos qué
sucede primero, a qué lleva esto, y luego intentemos actuar de acuerdo
con lo que hemos aprendido.
Cuando actuamos sin circunspección, podemos iniciar una tarea con gran
entusiasmo, pero luego, cuando aparece alguna consecuencia imprevista o indeseada,
retrocedemos avergonzados y llenos de arrepentimiento. “He debido hacer
esto; podría haber hecho lo otro; he debido hacerlo de otra manera”.
Supongamos que deseamos triunfar en los Juegos Olímpicos. Eso está
muy bien, pero consideremos cabalmente qué compromiso estamos adquiriendo.
¿Qué implica tal deseo? ¿Qué debe suceder primero?
¿Y luego? ¿Qué se requerirá de nosotros? ¿Y
de allí qué? ¿Es todo este proceso realmente beneficioso
para nosotros? Si así es, prosigamos.
Si deseáramos triunfar en los Juegos Olímpicos, para prepararnos
adecuadamente sería preciso que siguiéramos un régimen
estricto que nos llevaría a los límites de nuestra resistencia.
Tendríamos que someternos a reglas exigente, seguir un dieta apropiada,
renunciar a los dulce y a los postres, ejercitarnos con vigor en el calor y
en el frío, y dejar la bebida. Sería necesario obedecer las instrucciones
de nuestro entrenador como si fuese nuestro médico. Luego, cuando finalmente
llegáramos a competir, podríamos terminar en una zanja, con un
brazo o un tobillo lastimado, y con el rostro metido entre el lodo. Y después
de pasar por todo esto podríamos, además, ser derrotados.
Al considerar el cuadro total, nos diferenciamos del mero aficionado, de quien
participa en algo sólo mientras se siente cómodo o interesado.
Eso no es noble. Es necesario pensar las cosas concienzudamente y comprometernos
por completo; de lo contrario, seremos como los niños que fingen ser
unas veces un luchador, otras un soldado, otras un músico o un actor
en una tragedia.
A menos que nos entreguemos por completo a nuestras actividades, seremos vacíos,
superficiales y jamás desarrollaremos nuestros dones naturales. Todos
conocemos personas que, como simios, imitan lo que consideran atractivo en el
momento, pero luego su entusiasmo y esfuerzo decaen, y abandonan sus proyectos
en cuanto resultan demasiado rutinarios o exigentes.
Un espíritu tibio no tiene fuerza. Los esfuerzos tentativos conducen
a resultados tentativos. La gente común se entrega a sus labores precipitadamente
y sin cuidado. Quizás encuentre una figura ejemplar y se inspire en ella
para superarse. Todo eso está muy bien y es bueno hacerlo, pero debemos
considerar primero la verdadera naturaleza de nuestras aspiraciones y compararla
con nuestras capacidades.
Seamos honesto con nosotros mismos. Evaluemos con claridad nuestras fortalezas y debilidades. ¿Poseemos lo que hace falta para competir en los Juego
Olímpicos? Ser un luchador, por ejemplo, requiere una fuerza extraordinaria
en los hombros, la espalda, y los muslos. ¿Tendremos la destreza física
y la agilidad que nos permita ser uno de los mejores en ese deporte? Una cosa
es querer ser campeón o hacer algo con habilidad, y otra cosa es serlo
en realidad y hacerlo con habilidad consumada. Diferentes personas están
hechas para diferentes cosas.
Así como se requieren ciertas capacidades para sobresalir en un ámbito
particular, también se requieren ciertos sacrificios. Si deseamos sobresalir
en el arte de vivir con sabiduría, ¿creemos acaso , que podemos
comer y beber en exceso, o continuar sucumbiendo a la ira y a nuestros hábitos
de frustración e infelicidad? No. Si buscamos la verdadera sabiduría
y somos sinceros, será necesario que trabajemos sobre nosotros mismos.
Será preciso superar muchas apetencias malsanas y reacciones viscerales. debemos considerar de nuevo con quiénes nos relacionamos. ¿Son
nuestros amigos y conocidos gente de valor? Su influencia –sus hábitos,
valores y comportamiento— nos hace crecer, o refuerza los hábitos
descuidados de lo que deseamos escapar? Vivir la vida con sabiduría,
al igual que todo lo demás, tiene un precio. Es posible que , al hacerlo,
se nos ridiculice, y que incluso terminemos mal en todos los aspectos de nuestra
vida pública: en nuestra carrera, posición social y situación
legal.
Una vez que hayamos meditado con cuidado sobre los elementos que conforman el
esfuerzo por llevar una vida superior, aventurémonos a seguirla con nuestra
mejor disposición. Hagamos los sacrificios necesarios que constituyen
el precio por el más digno de los propósitos: la libertad, la
serenidad y la tranquilidad. No obstante, si al evaluar con honestidad nuestro
temple, no somos idóneos o no estamos preparados, liberémonos
del engaño y adoptemos un camino diferente y más realista.
Si nos esforzamos por ser lo que no somos o buscamos obtener algo que se encuentra
mucho más allá de nuestras actuales capacidades, terminaremos
siendo unos patéticos aficionados que intentan ser primero personas sabias,
luego burócratas, luego políticos, luego dirigentes; no podemos
saltar en todas direcciones, a pesar de cuán atractivas sean, y al mismo
tiempo vivir una vida integrada y fructífera.
Sólo podemos ser una persona –buena o mala—. Tenemos dos
opciones esenciales: o bien nos dedicamos a desarrollar la razón, apegados
a la verdad, o bien perseguimos todas las cosas exteriores. La opción
es de cada uno y sólo de cada uno. Podemos dedicar nuestras capacidades
al trabajo interno, o perdernos en las cosas externas; es decir, podemos ser
personas sabias o seguir los caminos trillados de los mediocres.
Tus relaciones con los demás definen tus deberes.
No somos entidades aisladas, sino una parte única e insustituible del
cosmos. No lo olvidemos, somos una pieza esencial del rompecabezas de la humanidad.
Cada uno es parte de una vasta, intrincada y perfectamente ordenada comunidad
humana. pero ¿dónde encajamos dentro de esa red? ¿Con quién
estamos en deuda?
Investiguemos y comprendamos nuestras relaciones con los demás. Cuando
reconozcamos nuestras relaciones naturales con los demás, y, al hacerlo,
identifiquemos nuestros deberes, nos ubicaremos adecuadamente dentro del esquema
cósmico, nuestros deberes surgen naturalmente de relaciones tan fundamentales
como la familia, el vecindario, el lugar de trabajo o nuestra nación.
Desarrollemos el hábito de considerar nuestros papeles –como padres,
hijos, vecinos, ciudadanos, dirigentes— y las obligaciones naturales que
se desprenden de ellos. Una vez sepamos quiénes somos y con quiénes
estamos vinculados, sabremos qué hacer.
Si un hombre es nuestro padre, por ejemplo, de allí se desprenden ciertas
obligaciones espirituales y prácticas. El que sea nuestro padre implica
un vínculo fundamental y perdurable entre nosotros. Estamos naturalmente
obligados a cuidar de él, a escuchar sus consejos, a ejercitar la paciencia
cuando escuchamos sus opiniones y a respetar su orientación.
No obstante, supongamos que no es un buen padre. Quizás sea fatuo, poco
educado, poco refinado, o tenga ideas muy diferentes de las nuestras. ¿Acaso
la naturaleza le da un padre ideal a cada uno, o sólo un padre? Cuando
se trata de nuestros deberes fundamentales como hijos, cualquier que sea el
carácter de nuestro padre, cualquiera que sean sus hábitos o su
personalidad, tales aspectos son secundarios. El orden divino no diseña
a la gente o a las circunstancias de acuerdo con nuestros gustos. Lo hallemos
agradable o no, este hombre es, en última instancia, nuestro padre y
estamos obligados a cumplir, de la mejor manera posible, con todas nuestras
obligaciones filiales.
Supongamos que tenemos un hermano o hermana que nos trata mal. ¿Qué
importancia tiene esto? De todas manera hay un imperativo moral que nos obliga
a reconocer y preservar nuestro deber fundamental hacia él o ella. No
nos concentremos en lo que hace, sino en mantener nuestro propósito superior.
Nuestra meta debe ser buscar la armonía con la naturaleza, porque ése
es el verdadero camino hacia la libertad. Dejemos que los demás se comporten
como deseen –de cualquier manera, esto no está bajo nuestro control,
y por consiguiente no debe hacer parte de nuestras preocupaciones—. Comprendamos
que la naturaleza en su conjunto está ordenada según la razón,
pero no todo en la naturaleza es razonable.
Cuando nos esforzamos honestamente por actuar como personas sabias y decentes,
que buscan adecuar sus intenciones y actos a la voluntad divina, no nos sentimos
heridos por las palabras o las acciones de los demás. En el peor de los
casos, tales palabras y acciones nos parecen divertidas o dignas de lástima.
Con excepción del abuso físico extremo, los demás no pueden
herirnos a menos que se los permitamos. Y esto es lo cierto aún si se
trata de nuestro padres, hermano, profesor o superior. No permitamos que nos
hieran y no seremos heridos –ésta es una opción sobre la
cual tenemos control.
La mayor parte de la gente tiende a engañarse al pensar que la libertad
consiste en hacer lo que le agrada o lo que propicia su comodidad y bienestar.
La verdad es que quienes subordinan la razón a los sentimientos del momento
son realmente esclavos de sus deseos y aversiones, y están mal preparados
para actuar de manera noble y eficaz cuando se presentan retos imprevistos,
como siempre ocurre.
La auténtica libertad exige mucho de nosotros. Al descubrir y comprender
nuestras relaciones fundamentales con los demás, y cumplir con celo nuestros
deberes, la verdadera libertad, anhelada por todos, es realmente posible.
La esencia de la fidelidad.
La esencia de la fidelidad reside principalmente en sostener opiniones y actitudes
acordes con la fundamental. Recordemos que el orden divino es inteligente y
fundamentalmente bueno. La vida no es una serie de episodios arbitrarios y sin
sentido, sino un todo ordenado y elegante, que sigue leyes comprensibles en
última instancia.
La voluntad divina existe y dirige el universo con justicia y bondad. Aún
cuando no siempre sea evidente, cuando contemplamos únicamente la superficie
de las cosas, el universo que habitamos es el mejor universo posible. (es el único)
Centremos nuestra determinación en esperar justicia, bondad y orden,
y estas virtudes se harán presentes cada vez más
en todos nuestros asuntos. Confiemos en que hay una inteligencia divina cuyas
intenciones dirigen el universo. Hagamos que nuestra meta primordial sea dirigir
nuestra vida en consonancia con la voluntad del orden divino.
Cuando nos esforzamos por adecuar nuestras intenciones y acciones al orden divino,
no nos sentimos perseguidos, impotentes, confundidos o resentidos frente a las
circunstancias de la vida; nos sentimos fuertes, decididos y seguros.
La fidelidad no es un creencia ciega; consiste en practicar con firmeza el principio
de evitar aquellas cosas que no están dentro de nuestras posibilidades,
dejando que operen según el sistema natural de las responsabilidades.
No tratemos de controlar los acontecimientos, aceptémoslos, con dignidad
e inteligencia.
Es imposible permanecer fiel al propósito que nos ha sido asignado, cuando
nos desviamos y comenzamos a imaginar que las cosas que no están en nuestro
poder son intrínsecamente buenas o malas. Cuando esto ocurre, el habito
de culpar a los demás por nuestra suerte en la vida se arraiga inevitablemente,
y nos perdemos en una espiral negativa de envidia, lucha, desencanto, ira y
reproche. Recordemos siempre que, por naturaleza, las criaturas se apartan de
aquellas cosas que consideran dañinas, y buscan y admiran aquellas que
consideran buenas y convenientes.
El segundo aspecto de la fidelidad es la importancia de observar con prudencia
las costumbres de nuestra familia, nuestro país y nuestra comunidad. Realicemos los ritos comunitarios con un corazón puro, sin codicia o
extravagancia. Al hacerlo, nos unimos al orden espiritual de nuestro pueblo
y fomentamos las aspiraciones últimas de la humanidad.
La fidelidad es el antídoto contra la amargura y la confusión,
y nos otorga la convicción de que estamos preparados para cualquier cosa
que nos envíe la voluntad divina. Nuestra meta debe ser contemplar el
mundo como un todo integrado, inclinar fielmente nuestro ser hacia el bien mayor,
y adoptar la voluntad de la naturaleza como propia
Los acontecimientos
son en sí mismos impersonales e indiferentes.
Cuando consideramos el futuro, recordemos que todas las situaciones se desarrollan
independientemente de la manera como nos sentimos acerca de ellas. Son nuestras
esperanzas y temores las que nos arrastran, y no los acontecimientos en sí
mismos.
Las personas indisciplinadas, aquellas que se dejan llevar por sus simpatías
y antipatías, están siempre atentas a los signos que apoyan sus
improvisadas ideas y opiniones. Pero los acontecimientos son en sí mismos
impersonales, aunque la gente sensata ciertamente puede y debe responder a ellos
de manera provechosa.
En lugar de personalizar un acontecimiento (“éste es mi triunfo”,
“ése fue su error”, “éste es mi amargo infortunio”)
y sacar terribles conclusiones acerca de nosotros mismos o de la naturaleza
humana, observemos cómo podemos utilizar para bien algunos aspectos de
ese acontecimiento. ¿No habrá en él algún beneficio
implícito que no resulta evidente, pero que un ojo entrenado sí
puede discernir? Prestemos atención; convirtámonos en sabuesos.
Quizás haya una lección que podamos extraer y aplicar a acontecimientos
similares en el futuro.
A pesar de cuán deplorables puedan parecernos los acontecimientos, nada
nos impide buscar en ellos posibilidades ocultas. Es falta de imaginación
no hacerlo. Pero buscar tales posibilidades exige mucho valor, pues la mayor
parte de las personas que nos rodean persistirán en interpretar los acontecimientos
en los términos más toscos: éxito o fracaso, bueno o malo,
correcto o incorrecto. Estas categorías simplistas y polarizadas ocultan
interpretaciones más creativas –y útiles— de los acontecimientos,
las cuales son mucho más ventajosas e interesantes.
La persona sabia sabe que es inútil proyectar sus esperanzas y temores
hacia el futuro. Esto sólo conduce a crear melodramáticas representaciones
en nuestra mente y es una pérdida de tiempo. No obstante, no debemos
aceptar pasivamente el futuro y lo que nos depara. No hacer nada no evita el
peligro, sino que lo intensifica.
Hay un tiempo para la planeación prudente y para prepararnos para las
situaciones por venir. La adecuada preparación para el futuro consiste
en desarrollar buenos hábitos personales. Esto se consigue persiguiendo
activamente el bien en todos los pormenores de nuestra vida cotidiana, y examinando
con regularidad nuestros motivos para asegurarnos de que están libres
de los impedimentos del temor, la codicia y la desidia. Si hacemos esto, no
seremos arrastrados por los acontecimientos externos.
Entrenemos nuestras intenciones, en lugar de engañarnos al pensar que
podemos manipular los eventos externos. Si la oración o la meditación
nos ayudan, practiquémoslas. Pero busquemos el consejo divino cuando
la aplicación de la razón no nos haya dado ninguna respuesta, cuando hayamos agotado otros medios.¿Qué es un acontecimiento
“bueno”? ¿Qué es un acontecimiento “malo”?
¡No existe una cosa semejante! ¿Qué es una persona buena?
Es aquella que ha alcanzado la serenidad gracias a que ha desarrollado el hábito
de preguntarse en toda ocasión: “¿Cuál es la acción
correcta en este momento?”.
Nunca reprimas un impulso generoso.
Sigamos todos nuestros impulsos generosos. No los pongamos en duda, en especial
cuando un amigo nos necesite; actuemos en su favor. ¡No vacilemos!
No permanezcamos ociosos especulando acerca de los posibles problemas o peligros.
Mientras permitamos que nos guíe la razón, estamos seguros.
Es nuestro deber estar al lado de nuestros amigos en sus momentos de necesidad.
Define claramente qué tipo de persona deseas ser.
¿Qué tipo de persona deseamos ser? ¿Cuáles son nuestros
ideales personales? ¿A quién admiramos? ¿Cuáles
son los rasgos especiales de las personas a las que quisiéramos imitar?
Es tiempo de dejar de ser imprecisos. Identifiquemos claramente qué tipo
de persona deseamos llegar a ser. Si llevamos un diario, escribamos en él
a qué aspiramos, para poder tomar como referencia esta auto-definición.
Describamos con precisión la actitud que deseamos adoptar, para poder
mantenerla cuando estemos solos o en compañía de otras personas.
Habla solamente con buena intención.
Se presta mucha atención a la importancia moral de nuestros actos y sus
efectos. Pero quienes buscan vivir una vida superior también llegan a
comprender el poder moral de las palabras.
Uno de los signos más claros de una vida sabia es la atención
que se concede a las palabras. Perfeccionar nuestra manera de hablar es una
de las piedras angulares de un programa espiritual auténtico.
En primer lugar y ante todo, pensemos antes de hablar para asegurarnos de que
hablamos con buena intención. La charlatanería es una falta de
respeto para con los demás. El revelarnos a los otros con ligereza es
una falta de respeto para con nosotros mismos. Muchas personas se sienten impulsadas
a expresar cualquier sentimiento, pensamiento o impresión pasajera que
tienen, vacían el contenido de sus mentes al azar, y sin prestar atención
a las consecuencias. Esto es peligroso, tanto desde el punto de vista práctico
como desde el punto de vista moral. Si comentamos toda idea que nos viene a
la mente –importante o no— malgastamos en la corriente trivial de
la conversación sin sentido ideas que poseen verdadero valor. El habla
descuidada es como un vehículo que pierde el control y se precipita en
una zanja.
Si es necesario, guardemos silencio la mayor parte del tiempo o hablemos poco (yo diría: sólo lo indispensable).
Hablar no es bueno ni malo en sí mismo, pero es tan común que
la gente hable sin cuidado, que es preciso estar en guardia. Las conversaciones
frívolas son dañinas; además, no es decoroso ser un parlanchín.
Debemos participar en las discusiones cuando la ocasión social o profesional
lo exija, pero debemos cuidarnos de que el espíritu e intención
de la discusión, y su contenido, valgan la pena. El parloteo es seductor
no nos dejemos atrapar por él.
No es necesario restringirnos a hablar sobre elevados temas todo el tiempo,
pero debemos ser conscientes de que el parloteo que pasa por una discusión
de valor tiene un efecto corrosivo sobre nuestros propósitos superiores.
Cuando conversamos acerca de cosas triviales, nos volvemos triviales, pues nuestra
atención es acaparada por tales asuntos, y nos convertimos en aquello
a lo que prestamos atención.
Nos tornamos mezquinos cuando participamos en discusiones acerca de otras personas.
En especial, debemos evitar culpar, elogiar o comparar unas personas con otras.
Cuando advirtamos que la conversación en la que participamos degenera
en palabrería, tratemos, en la medida de lo posible, de reorientarla
hacia temas más constructivos. Pero si nos encontramos entre personas
extrañas e indiferentes limitémonos a permanecer en silencio.
Seamos de buen talante y disfrutemos de una buena sonrisa cuando sea conveniente,
pero evitemos el tipo de risotadas descontroladas que degeneran con facilidad
en vulgaridad o malevolencia. Riamos con, pero nunca de. Cuando sea posible evitemos hacer promesas vanas.
Mantente alejado de la mayoría de las
diversiones populares.
la mayor parte de las cosas que pasan por diversiones legítimas son inferiores
o tontas, y sólo satisfacen o explotan las debilidades de la gente. Evitemos
ser uno más de la muchedumbre que se complace en tales pasatiempos. Nuestra
vida es demasiado corta y tenemos mucho por hacer. (yo digo: la vida no es muy larga como para desperdiciarla en nimiedades). Seleccionemos las imágenes
e ideas que permitimos que entren en nuestra mente. Si nosotros mismos no elegimos
los pensamientos y las imágenes a las que nos exponemos, alguien lo hará
por nosotros y sus motivos quizás no sean los más elevados. Caer
imperceptiblemente en la vulgaridad es la cosa más fácil del mundo;
pero no es necesario que esto ocurra, si estamos decididos a no malgastar nuestro
tiempo y atención en tonterías.
Sé cuidadoso al escoger y cultivar tus amistades.
Independientemente de las creencias de cada uno, las personas no siempre viven
según valores espirituales auténticos. Seamos cuidadosos al escoger
nuestras amistades. Es humano imitar los hábitos de quienes nos rodean;
inadvertidamente adoptamos sus intereses, sus opiniones, sus valores y su forma
de interpretar las cosas. Aún cuando muchos tienen buenas intenciones,
es posible también que ejerzan una influencia perjudicial sobre nosotros,
por que no saben distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es.
Sólo porque algunas personas se muestran amables con nosotros, esto no
significa que debamos pasar nuestro tiempo con ellas. Sólo porque nos
buscan y muestran interés por nosotros o por nuestros asuntos, esto no
significa que debamos relacionarnos con ellas. Seleccionemos cuidadosamente
a nuestros amigos, colegar y vecinos; todas estas personas pueden tener un efecto
sobre nuestro destino. El mundo está lleno de gente agradable y talentosa;
la clave es estar en compañía sólo de quienes nos elevan,
de quienes despiertan lo mejor de nosotros. Pero recordemos que la influencia
moral es una calle de dos vías, y que por ello debemos asegurarnos también
de que nuestros pensamientos, palabras y actos ejerzan un influencia positiva
sobre quienes nos rodean. La verdadera prueba de la excelencia personal reside
en la atención que prestamos a los pormenores –a menudo ignorados—
de nuestra conducta.
Preguntémonos con regularidad: “¿Cómo afectan mis
pensamientos, palabras y actos a mis amigos, a mi cónyuge, a mi vecino,
a mi hijo, a mi jefe, a mis subordinados, a mis conciudadanos? ¿Estoy
poniendo de mi parte para contribuir al progreso espiritual de todos aquellos
con quienes me relaciono? Esforcémonos por despertar lo mejor en los
demás, siendo nosotros mismos un buen ejemplo.
Cuida tu cuerpo pero no lo exhibas.
Respetemos las necesidades de nuestro cuerpo. Proporcionémosle los mejores
cuidados para promover su salud y bienestar. Démosle todo lo que requiere
(no todo lo que quiere) incluyendo alimentos y bebidas saludables, trajes dignos
y un hogar cálido y cómodo. Sin embargo, no utilicemos nuestro
cuerpo como un pretexto para el espectáculo o el lujo.
Evita el sexo casual.
Evitemos el sexo casual y, en particular las relaciones sexuales antes del matrimonio. Esto suena mojigato, pero es una forma comprobada a través del tiempo de demostrar respeto por nosotros mismos y por los demás.
No obstante, si conocemos a alguien que haya tenido relaciones sexuales pasajeras, no tratemos de convencerlo de nuestras ideas con santurronerías.
Abstente de defender tu reputación o
tus intenciones.
No temamos a la injuria verbal o a la crítica; sólo quienes son moralmente débiles se sienten obligados a defenderse o explicar sus acciones ante los otros. Dejemos que la calidad de nuestros actos hable por nosotros; no podemos controlar las opiniones que los demás se forman sobre nosotros, y ese esfuerzo sólo nos demerita.
Así, si alguien nos dice que otra persona se ha expresado mal de nosotros, no nos preocupemos por presentar excusas o por defendernos; basta con sonreír y replicar: “Supongo que esa persona no conoce mis otros defectos. De lo contrario, no hubiera mencionado sólo ésos”.
Compórtate con dignidad.
Comportémonos siempre como si fuésemos personas distinguidas,
independientemente del lugar en que nos encontremos.
Aún cuando el comportamiento de mucha gente es dictado por lo que sucede
alrededor suyo, sigamos patrones más elevados. Preocupémonos por
evitar fiestas o juegos donde la parranda y la juerga irresponsable sean la
norma. Si nos encontramos en un evento público, permanezcamos aferrados
a nuestros propósitos e ideales.
Desarrolla tus ideales personales a través
de la imitación de modelos de comportamiento.
Una de las mejores maneras de elevar nuestro espíritu de forma inmediata
es hallar modelos valiosos de comportamiento que podamos imitar. Si tenemos
la oportunidad de conocer a una persona importante, no nos sintamos nerviosos;
invoquemos los rasgos de las personas a quienes profesamos mayor admiración
y adoptemos sus maneras, discurso y comportamiento como si fuesen los nuestros.
No hay nada falso en esto; todos llevamos la semilla de la grandeza dentro de
nosotros, pero necesitamos tener una imagen como punto de referencia para que
pueda germinar.
Al mismo tiempo, conocer a una persona de grandes meritos no significa que debamos
sentirnos abrumados. Las personas son sólo personas, independientemente
de su talento o influencia.
Sé discreto en tu conversación.
Darse importancia no es la forma de ser del verdadero sabio, nadie disfruta
de la compañía de un fanfarrón. Por consiguiente, no agobiemos
a los demás con relatos dramáticos acerca de nuestras hazañas;
a nadie le importan tanto nuestras historias y aventuras dramáticas,
aún cuando las soporten por un tiempo por amabilidad. Hablar con frecuencia
y en exceso de nuestros propios logros es fatigante y pomposo.
No es preciso ser el payaso del grupo; tampoco necesitamos recurrir a otros
métodos indelicados para convencer a los demás de que somos inteligente,
sofisticados o afables.
Las conversaciones agresivas, triviales u ostentosas deben evitarse, ellas sólo
nos rebajan en la estima de nuestros conocidos.
Muchas personas condimentan su conversación con obscenidades para comunicarle
fuerza e intensidad a su discurso, o para incomodar a los demás. Rehusemos
participar en tales conversaciones. Cuando la gente que nos rodea comience a
deslizarse hacia conversaciones indecentes y desprovistas de propósito,
abandonemos el lugar si es posible o, al menos, guardemos silencio y dejemos
que nuestra seriedad muestre que este tipo de conversaciones soeces nos ofende.
Prefiere la satisfacción perdurable
a la gratificación inmediata.
Dejemos que predomine la razón. Inculquemos el hábito de la deliberación.
Practiquemos el arte de comprobar si cada cosa es en realidad buena o no. Aprendamos
a aguardar (esperar) y evaluar, en lugar de reaccionar siempre a partir del
instinto inculto. La espontaneidad no es en sí misma una virtud.
Si se nos promete algún placer y éste nos parece seductor, retrocedamos
y tomemos un tiempo antes de saltar sobre él irreflexivamente. consideremos
mentalmente el asunto sin apasionamiento: ¿Nos aportará este placer
un deleite momentáneo o una satisfacción real y duradera? Aprender
a distinguir entre las diversiones baratas y las recompensas significativas
y perdurables, marca una diferencia en la calidad de nuestra vida y en el tipo
de persona que llegamos a ser.
Si, una vez considerado con serenidad advertimos que si cedemos a este placer
lo lamentaremos después, abstengámonos de él y disfrutemos
de nuestra prudencia. Reforcemos el triunfo de nuestro carácter; esto
nos fortalecerá.
Asume siempre una posición.
Una vez que hayamos deliberado y decidido que determinada acción es correcta,
nunca tratemos de desacreditar nuestros juicios. Reafirmémonos en nuestra
decisión. Es probable que algunas personas interpreten mal nuestras intenciones
y que, incluso, nos reprueben. Pero si, de acuerdo con nuestro buen juicio,
estamos actuando correctamente, no tenemos nada que temer. Asumamos siempre
una posición; no seamos cobardemente indecisos.
La cortesía y la lógica tienen cada una su lugar.
La cortesía y la lógica son cosas diferentes y cada una de ellas
tiene su propia aplicación. La proposición: “O bien es de
día o bien es de noche” funciona bien en un argumento disyuntivo,
pero no tan bien en una conversación amistosa. De igual manera, en un
banquete puede ser lógico tomar porción más grande si estamos
hambrientos, pero sería poco educado hacerlo.
Cuando cenemos con otras personas, seamos conscientes no sólo de cuánto
disfruta nuestro cuerpo de las delicias que se nos ofrecen, sino de cuán
importantes son las buenas maneras y el refinamiento personal.
El dominio de ti mismo depende de
que seas honesto contigo mismo.
Conozcamos primero quiénes somos y de qué somos capaces. De la
misma manera en que nada grande se crea en un instante, el perfeccionamiento
de nuestros talentos tampoco surge de repente. Siempre estamos aprendiendo,
siempre madurando. Es correcto aceptar retos, ésa es la manera de progresar
al siguiente nivel de desarrollo intelectual, físico o moral. Pero no
nos engañemos: si tratamos de ser algo o alguien que no somos, despreciamos
nuestro propio ser y no nos desarrollamos en aquellos ámbitos en los
que habríamos podido sobresalir naturalmente.
Cada uno tiene su propia vocación dentro del orden divino. Escuchemos
la nuestra y sigámosla fielmente.
Protege tu corazón
(no el corazón físico sino el espiritual).
Así como al caminar estamos atentos a no lastimar nuestro pie, debemos
tener el mayor cuidado de no dañar, de ninguna forma, la más alta
facultad de nuestra mente. La vida virtuosa depende primero y ante todo de la
razón. Si protegemos nuestra razón, ella nos protegerá.
Observa siempre la adecuada
proporción y la moderación.
A través de una adecuada vigilancia, podemos impedir la tendencia a incurrir
en el exceso. Las posesiones de una persona deben guardar relación con
las necesidades de su cuerpo, del mismo modo en que el zapato debe ajustarse
perfectamente al pie.
Cuando carecemos de entrenamiento moral, podemos ser inducidos al exceso. En
el caso de los zapatos, por ejemplo, muchas personas se ven tentadas a comprar
zapatos elegantes y exóticos, (ahora, "de marca") cuando todo lo que se necesita es el calzado
cómodo, durable y a la medida.
Cuando caemos en un exceso, así sea levemente, este impulso se acumula
y podemos perdernos en nuestros caprichos.
La decencia y la belleza interior
valen más que las apariencias.
Las mujeres ser ven especialmente agobiadas por la atención que reciben
a causa de su apariencia. Desde su juventud, son aduladas por los hombres o
juzgadas únicamente en términos de su apariencia externa.
Infortunadamente, esto puede llevar a una mujer a creer que sólo está
hecha para dar placer a los hombres, y entonces sus verdaderas dotes interiores
tristemente se atrofian. Puede sentirse obligada a dedicar mucho tiempo y esfuerzo
a aumentar su belleza externa y a distorsionar su ser natural para agradar a
otros.
Es triste ver que mucha gente –tanto hombres como mujeres— pone
toda su atención en el manejo de su apariencia física y de la
impresión que causa en los demás.
Quienes buscan vivir una vida sabia, llegan a comprender que, aunque el nudo
pueda recompensarnos por razones equivocadas o superficiales –tales como
nuestra apariencia física, la familia de la que provenimos y cosas semejantes—
lo que importa en realidad es quiénes somos en nuestro interior y en
qué tipo de persona nos estamos convirtiendo.
La razón es más
importante que el cuerpo.
Quienes carecen de entrenamiento moral dedican una desmedida cantidad de tiempo
a su cuerpo. Realicemos las funciones animales espontáneamente; toda
nuestra atención debe estar pues en el cuidado y desarrollo de nuestra
razón, pues a través de ella podemos comprender las leyes de la
naturaleza.
El maltrato proviene de
las falsas impresiones.
Si alguien nos trata irresponsablemente o habla mal de nosotros, recordemos
que lo hace por que cree que es correcto hacerlo. Es poco realista esperar que
alguien nos vea del mismo modo en que nosotros nos vemos a nosotros mismos.
Si otra persona llega a una conclusión equivocada a partir de una falsa
impresión, es ella quien sufre y no nosotros, porque es ella quien está
desorientada. Cuando alguien interpreta una proposición verdadera como
si fuese falsa, la proposición misma no sufre; sólo la persona
que sostiene una opinión equivocada se engaña, y en esta medida
se lesiona. Cuando comprendamos esto con claridad, será menos probable
que nos sintamos ofendidos por otros, incluso si ellos nos vilipendian. Podemos
decirnos: “Eso le pareció a esa persona, pero eso es sólo
su opinión”.
Todo tiene dos asas.
Todo tiene dos asas: una que permite manejarlo y otra que no.
Si, por ejemplo, un hermano nos trata mal, no tomemos la situación por
el asa del resentimiento o de la injusticia, porque no podremos soportarla y
nos amargaremos. Hagamos lo contrario: tomemos la situación por el asa
de los lazos familiares. En otras palabras, concentrémonos en el hecho
de que es nuestro hermano, que crecimos juntos, y que por ello tenemos un vínculo
perdurable e inquebrantable. Al considerar la situación de esta manera,
la comprenderemos correctamente y preservaremos nuestro equilibrio.
Piensa siempre con claridad.
La vida vivida con sabiduría es una vida vivida racionalmente. Es importante
aprender a pensar con claridad. Pensar con claridad no es una empresa casual;
requiere un entrenamiento adecuado. La claridad de pensamiento es lo que nos
permite dirigir apropiadamente nuestra voluntad, aferrarnos a nuestro verdadero
propósito y descubrir las relaciones que tenemos con los demás
y los deberes que se desprenden de estas relaciones. Toda persona debe aprender
a identificar el pensamiento confuso y falaz. Aprendamos a hacer deducciones
legítimas, para evitar llegar a conclusiones infundadas.
Observemos, por ejemplo, los siguientes casos de lógica errada: “Soy
más rico (materialmente) que tú, por consiguiente, soy mejor que tú”.
Todo el tiempo nos encontramos con afirmaciones absurdas y completamente falaces
como éstas, pues la única deducción válida que puede
derivarse de esta afirmación es: “Soy más rico (materialmente) que tú,
por consiguiente, tengo más posesiones que tú”.
Tomemos otro ejemplo: “hablo de manera más persuasiva que tú,
por consiguiente, soy mejor que tú”. De esta afirmación
sólo podemos concluir: “Hablo de manera más persuasiva que
tú, por consiguiente, mi discurso tiene más eficacia que el tuyo”.
Pero recordemos: nuestro carácter es independiente de nuestras posesiones
y de nuestra forma de expresarnos. Tomemos el tiempo para estudiar con asiduidad
el pensamiento claro y no nos dejaremos engañar. Una educación
fuerte en lógica y en las reglas de la argumentación eficaz nos
será de gran utilidad.
Llama a las cosas por su verdadero nombre.
Cuando llamamos a las cosas por su verdadero nombre, las comprendemos correctamente
sin añadirles información o juicios que no están allí.
¿Alguien se baña con rapidez? No digamos que baña mal,
sino rápidamente. Describamos la situación tal como es, y no la
filtremos a través de nuestros juicios.
¿Alguien bebe mucho vino? No digamos que es alcohólico, sino que,
bebe mucho. A menos que tengamos un completo conocimiento de su vida, ¿cómo
podemos saber que es un alcohólico?
No corramos el peligro de que las apariencias nos engañen y terminemos
construyendo teorías e interpretaciones basadas en las distorsiones creadas
por el hábito de nombrar erradamente las cosas. Demos nuestra aprobación
sólo a las cosas que son realmente verdaderas.
La sabiduría se revela a través
de la acción, no de las palabras.
No nos declaremos sabios ni discutamos nuestras aspiraciones espirituales con
personas que no las aprecian. Expresemos nuestro carácter y nuestro compromiso
con la nobleza espiritual a través de nuestros actos.
Si quieres probar tu resistencia,
hazlo para ti mismo, no para los demás.
No nos hinchemos de orgullo si conseguimos satisfacer nuestras necesidades a
bajo costo. La primera tarea de quien desea vivir sabiamente es liberarse de
los límites del egoísmo.
Consideremos cuánto más austero que nosotros son los pobres, y
cómo soportan las tribulaciones con mayor fortaleza. Si queremos desarrollar
la capacidad de vivir sencillamente, hagámoslo para nosotros mismos,
en silencio, y no para impresionar a los demás.
La sabiduría depende de la atención
que prestas a tus actos.
La mayor parte de la gente no advierte que tanto las soluciones como los problemas
provienen de nuestro interior. Por eso los busca en las cosas externas, hipnotizada
por las apariencias.
Pero las personas sabias comprenden que nosotros somos la fuente de todo lo
bueno y todo lo malo que nos ocurre. Por consiguiente no recurren a culpar y
a acusar a los demás, ni sienten el impulso de convencerlos de que ellas
son personas valiosas, especiales o distinguidas.
Si una persona sabia enfrenta un reto, busca dentro de sí misma; si alguien
la elogia, sonríe en silencio para sí y no se conmueve; si es
objeto de injuria, no siente la necesidad de defender su buen nombre.
La persona sabia actúa cuidadosamente, y supone que todo está
bien sin que sea absolutamente seguro. Armoniza sus deseos con la vida tal como
es, y busca evitar solo aquellas cosas que obstaculizan su capacidad de ejercitar
adecuadamente su voluntad. Practica la moderación en todos sus asuntos;
si parece ignorante o sencilla, eso no le preocupa en absoluto. Sabe que sólo
debe cuidar de sí misma y preocuparse por la dirección de sus
propios deseos.
Vivir la sabiduría es más importante
que saber acerca de ella.
comenzamos a vivir sabiamente cuando aprendemos a poner en práctica principios
tales como “no mentir”. El segundo paso consiste en demostrar la
verdad de los principios: por qué no debemos mentir. El tercer paso,
que relaciona a los dos primeros, es indicar por qué las explicaciones
bastan para justificar los principios.
Aún cuando el segundo y tercer paso son valiosos, el primero es el más
importante pues es muy fácil y común mentir, mientras se demuestra
con inteligencia que mentir es malo.
Comienza a vivir tus ideales.
Ha llegado el momento de ser serios acerca de vivir nuestros ideales. Un vez
que hayamos definido los principios espirituales que deseamos seguir, sujetémonos
a estas reglas como si fuesen leyes, como si de verdad fuese un pecado romperlas.
No nos preocupemos de que los demás no compartan nuestras convicciones.
¿Cuánto tiempo más podemos posponer nuestro deseo de llegar
a ser lo que deseamos? Nuestro ser más noble no puede esperar más.
Pongamos en práctica nuestros principios ¡ahora! Dejemos las excusas
y las demoras. ¡Ésta es nuestra vida! Ya no somos niños.
Cuanto más pronto nos dediquemos a nuestro programa espiritual, más
felices seremos. Cuanto más aguardemos, más vulnerables a la mediocridad
seremos, y nos sentiremos más invadidos por la vergüenza y el remordimiento
porque sabremos que somos capaces de algo mejor.
Desde este instante, prometamos no defraudarnos a nosotros mismos. Separémonos
de la muchedumbre. Decidamos ser extraordinarios y hagamos lo que debemos hacer
–¡ahora!
Última actualización... 11set2016.
(Continuará)